viernes, 29 de agosto de 2008

LA CASA DEL GELSOMINO


La entrada a la ciudad de Venecia desde el continente posiblemente sea de las más horrorosas, deshumanizadas y agobiantes que se pueda encontrar.

Sea por carretera o por tren, atraviesas ese anzuelo de cemento y hierro que mantiene al pez bien anclado a tierra firme. Y lo único que ves durante los veinte minutos que dura el camino son refinerías de chimeneas humeantes y fétidas, industrias varias de Maghera, naves gigantescas de Mestre, agua asaeteada caóticamente por embarcaciones de diverso tamaño transportando mercancías de todo tipo.
Acabas preguntándote si después de eso puede haber algo de incomparable belleza.







Pues sí, lo hay.

Y toda esa visión horripilante tiene una función. No cuando llegas, porque la olvidas inmediatamente, pero sí cuando te vas. Después de haber estado un tiempo en la ciudad, es imposible sobrevivir fuera sin esa terapia de choque. Es como si te dijeran olvídate de todo lo que has visto, despierta, el mundo que te espera nada tiene que ver con Venecia.



Afortunadamente, cuando bajé del autobús en Piazzale Roma y dejé atrás ese bullicio de vehículos, mercancías, maletas, descuideros y máscaras made in China, el vaporetto me esperaba para disipar, con una suave y húmeda brisa, cualquier imagen pasada.






Una vez allí, lo único que debía hacer era encontrar la casa del Gelsomino.
Es un lugar al que no todo el mundo puede llegar. Necesitas unas instrucciones precisas que te hagan girar a la derecha o a la izquierda en el momento adecuado. Que te hagan cruzar puentes o dejarlos atrás. Es fácil perderse, atravesar un sottoportego idéntico, pero equivocado y descubrir que la llave mágica no funciona.





Pero nada de eso ocurrió.

Arrastré mi maleta bajo el sol del mediodía, sobreponiéndome a la tentación de admirar la belleza: tenía una misión y era necesario estar atenta. Cuando por fin apareció la Corte delle Capuzine, la puerta se materializó ante mis ojos.
Estoy segura de que nadie más podía verla, de que yo era la elegida para regar noche tras noche el Gelsomino mágico.


Y esta estrecha casa veneciana se abrió para mí como un auténtico palacio. Ningún lujo superfluo, sólo pequeñas estancias con zanzaniere (mosquiteras) en las ventanas, una enorme cama con dosel y libros, muchos libros por todas partes, acompañaron mis días en la ciudad y mis noches de lectura y dulce insomnio amoroso.
Bueno, y también las voces cercanísimas de los vecinos que llamaban a Michele para bañarse, concertaban una cita por teléfono o discutían el precio de las melanzane (berenjenas).

Venecia en estado puro.

(Aviso para navegantes: debido a un percance memorístico de mi histórica Olympus tuve que echar mano de la cámara del móvil, con una considerable pérdida de calidad en las estampas. Hecho éste que me produjo una gran angustia a la par que cabreo. Pero si he de ser sincera, con el paso de los días me sentí más y más liberada al dejar de mirar las cosas a través de un objetivo. Dicho esto, espero suplir con las palabras todo lo que se hurte a las imágenes)

miércoles, 27 de agosto de 2008

APPENA ARRIVATA!



Ciao ragazzi!



Acabo de llegar con las maletas llenas y la cartera vacía...pero ¡qué felicidad!

He debido retrasar mi vuelta unos días para saludar a unos amigos que se acercan en estas fechas a Venecia.




Por lo demás, espero poder contaros algunas cosillas dentro de poco.

Baci per tutti y gracias por los comentarios de la última entrada, en un lejano jueves de este verano que se acaba.