lunes, 19 de septiembre de 2011

viernes, 16 de septiembre de 2011

FELICIDADES


“Si este fuese sitio para dar consejos, yo no

me cansaría nunca de repetir a la mujer

que en ella misma residen la virtud y

fuerza redentora.”

Emilia Pardo Bazán

Doña Emilia cumple hoy 160 años y por lo que veo a mi alrededor, por lo que leo o escucho, me atrevo a afirmar que goza de una estupenda salud, intelectual y literaria.

Me viene ahora a la memoria un lejano 1889, en el que la Academia española rechazó la solicitud de ingreso de la escritora con estas escuetas palabras:


La Academia siente mucho no poder resolver en

armonía con sus deseos la cuestión de la Sra. Condesa de Pardo

Bazán, por no consentirlo sus Estatutos, y el respeto que le merecen

tradicionales acuerdos de la Academia que forman, por decirlo así,

parte de su interna constitución.


No es que desestimasen sus sobrados méritos, no, se trataba simple y llanamente de una cuestión de tradición, de principios. El insigne D. Juan Valera (no os imagináis con qué recochineo le pongo el título) llegó a comentar tan descabellada pretensión de Doña Emilia como una cuestión, no sólo irrisoria, sino antinatural y pecaminosa:


En la mujer quiso Dios

dar al hombre una ayuda semejante a él (...) es en la mujer

pecaminosa rebeldía contra los decretos de la Providencia

el afán de tornarse sobrado independiente del hombre y de

campar por sus respetos.


Cuentan que en una recepción a escritores e intelectuales en la Academia, viendo que muchas damas estaban de pie, por no haber sitio, D. Juan Valera les ofreció los sillones de algunos académicos que no habían ido ese día. La respuesta de Emilia fue contundente y lacónica:


Gracias, don Juan. Ya nos sentaremos en ellos algún día las

mujeres por derecho propio.

El pasado día 14, Mª Xosé Queizán, en una carta - de la que traduzco algunos fragmentos- rechazaba la posibilidad de entrar en la Real Academia Galega, a la vez que agradecía emocionada a todos los que la habían propuesto:


(...) Nunca quise ni quiero entrar en la Academia. Me consta que ante esta declaración habrá quien recuerde la Fábula de Esopo: la zorra y las uvas... No es mi caso. Pero tampoco me importa que no lo crean. Llevo toda la vida soportando atribuciones arteras y menoscabos sin que eso afectase a mi salud, a mi optimismo y a mi goce intelectual.
No me veo en la Academia y tampoco tengo tiempo para esa ocupación. Son ya bastantes mis ansias y preocupaciones, entre las que están las literarias, las culturales y el activismo feminista.
Sé que las amigas y compañeras feministas confiaban en la labor que podía llevar a cabo en esa Real Institución a favor de las mujeres gallegas, en el campo lingüístico y cultural. Pero, lo cierto es que en ese lugar sólo se puede entrar para trabajar por el interés de los académicos. En esa Casa, (donde por cierto vivió la gran sabia y feminista Emilia Pardo Bazán, que, incluso queriendo, no consiguió entrar en la Academia. Tampoco entró Rosalía de Castro) predomina el imaginario masculino (...).

Afirmo que no hay acritud en las palabras anteriores. Sólo constataciones. Incluso si niegan la Ley de Igualdad y la propia democracia, tengo un vínculo con la Academia con el que siempre me identificaré: la lengua gallega. Además sé que los argumentos expuestos no son ofensivos para los distinguidos académicos. Consideran que el saber es cosa de hombres, en el sentido más específico del término (...)
Pretendí demostrarle a la ciudadanía que me propuso que la Academia será lo último que cambie en la sociedad. Aunque vayan introduciendo alguna mujer a cuenta gotas como quien regala una flor (...).

Aplaudo a Queizán y termino con Emilia. Felicidades a las dos:

Lo único que creo se debe en justicia a la mujer, es la desaparición

de la incapacidad congénita, con que la sociedad la hiere. Iguálense

las condiciones, y la libre evolución hará lo demás.


jueves, 15 de septiembre de 2011

miércoles, 14 de septiembre de 2011

SEPTIEMBRE

Aquella noche, Isadora Duncan escogió un pañuelo al azar, se lo echó al cuello e hizo su último gesto artístico. Grace Kelly cerró la portezuela del coche y desapareció en el esplendor monegasco. También un 14 de septiembre, Sir John Gogarty, James Joyce y un maldito inglés llamado Haines, tuvieron una noche de farra memorable que echaría a andar las primeras páginas del Ulises.
Tal día como hoy, Amy Winehouse hubiera cumplido 28 años y Mario Benedetti, 91. Uno nunca elige el día ni el momento de la vida y pocas veces puede elegir el de la muerte.

Dicen mis tías que fue un parto largo y complicado. Mi madre prefirió dar a luz en casa pues le daban miedo los cuarenta kilómetros que la separaban del hospital. Me gusta imaginar una de esas escenas de película en las que no paran de pedir agua caliente y sábanas limpias. Seguramente el médico tardaría más de la cuenta en salir de la habitación porque nací con el cordón umbilical rodeándome el cuello. No respiraba, no lloraba, ni reaccionaba a ningún tipo de estímulo.
Nadie sabe decirme qué pasó. De pronto decidí cruzar ese hilo invisible que nos separa de la muerte. Fue un gesto pequeño, insignificante, animal, tan inconsciente como elegir un pañuelo o cerrar la portezuela de un coche. Un gesto tranquilo o desesperado, nunca lo sabré.

Tal día como hoy -a mí me parece que hace ya muchísimo tiempo- abrí los ojos por primera vez y empecé a hacerme preguntas.

lunes, 12 de septiembre de 2011

ITALIA (FIN)


Muchas veces me he preguntado dónde radica mi atracción por este país, dónde está la esencia, si puede llamarse así, de Italia. ¿Es la historia, el arte, la música? ¿Es la comida, la luz, el aire, el paisaje, el idioma, las personas...?
Porque Italia es llegar a Módena y encontarse la catedral más hermosa del mundo envuelta en papel de periódico. Es quedarse prendida en el atardecer de Siena y rectificar de opinión casi al instante.

Es comer pizza al taglio sentada en un portal. Es, también, encontrar el resguardo de la muchedumbre en un vaso de prosecco helado, en un café shakerato, en un spritz. Es encontrar el patio tranquilo de una trattoria veneciana, una terraza desierta en las primeras horas de la tarde, una noche de estrellas en la piazza Ariostea de Ferrara.

Es encontrar personajes increíbles para imaginar vidas posibles. Es buscar la literatura en los lugares donde nunca estuvo, reconocer la historia en los disparos del olvido.


Es decir de aquí no paso, aquí me quedo y un minuto después, correr al duomo a esperar a la contrada ganadora del Palio, emocionarse y llorar, dejarse arrastrar por el torrente humano, ensordecer con los tambores, mirar la cúpula y creer que estás tocando el cielo.


Es creer que el tiempo se ha parado; es la belleza, el detalle, la dignidad, el gesto melancólico, la sonrisa burlona y la zafiedad del presente.

Es el vértigo de la perfección, la pequeña ocurrencia, las colas de los Uffici, las colas del Vaticano, las colas... es una calle desierta en ferragosto por la que caminan tres extracomunitari bajo el calor africano.


Es leer y sonreír, mirar la vida con ironía, comer pasta, pasear gelati, caer en tópicos, romper esquemas. Aprender que una escarapela rosa en una puerta anuncia niña, que un furbo es un italiano caradura, que te timará el taxista, que te acojonará el carabiniere.
Italia son los ojos azules de Susanna y su generosidad sincera, es la sonrisa contagiosa de Tamara, son Ruggiero y Emmanuela despidiéndose a la puerta de casa, es Laura Linoli y su frittata de zucchini en Anzio, es Dante y el olor del aceite en su bodega...


Es decirle adiós a Venezia desde el último tren de la tarde. Es mirar hacia atrás en la Piazza del Campo, y ser consciente de que dejo atrás una parte importante de lo que soy, un trocito de mí que tal vez no recupere nunca.


Es terminar este post de una maldita vez y llorar tranquilamente de nostalgia y de rabia.


domingo, 11 de septiembre de 2011

YA ESTÁ AQUÍ


Nueva entrega de La Caja de Pandora: Especial Drogas
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Para descargar: CLIC

jueves, 8 de septiembre de 2011

ESCAPADA 3:¿VENEZIA?


Costó un poco encontrarla, enterrada en los escombros de una tarde de agosto. Los andamios polvorientos cubrían gran parte de la piazza de S. Marco. Los envases de pizza, servilletas, plásticos, botellas vacías, sembraban el suelo mientras la orquesta del caffè Florian seguía tocando un patético vals. En sus terrazas, acosadas por palomas hambrientas, algunas parejas de edad, aireaban trajes de verano pasados de moda.
Las góndolas hacían cola en un oscuro canal como esperando que un semáforo invisible les diese el permiso de lanzarse al turbulento paseo por las aguas. A bordo, familias de hindúes con sari y deportivos, grupos de japonesas excéntricas... gondoleros tatuados exhibiendo sus potentes brazos de halconero para ayudar a subir o bajar.
El Ponte dei Suspiri desaparecía convertido en un decorado, un adorno pintoresco de valla publicitaria y en el Gran Canal se oían músicas napolitanas sepultando la voz de los guías turísticos.

Al atardecer, como una cortesana vieja, cansada de ofrecer el espectáculo de su decadencia, Venezia regresa a casa. Reposa en silenciosos campos anónimos, se desliza con sigilo por sottoportegos desiertos, recobra el pulso humilde de la vida, se detiene a recibir la brisa de alguna soñada arboleda, renace en la frescura de un canal olvidado.
Venezia nos aturde con su podredumbre de siglos, nos revela el secreto sumergido en la penúltima copa de spritz, mientras la muchedumbre se apresura hacia el Ponte delle Guglie en busca del último vaporetto de la tarde.

Y vuelve a ser, única, inmortal, hermosa, inverosímil, un delirio de la razón que no podría imaginar un lugar semejante ni en sus más perfectos sueños.