domingo, 27 de octubre de 2013

LA LLAMADA DE LO SALVAJE

Todos los seres viven unos instantes de éxtasis, que señalan el momento culminante de su vida, el instante supremo de la existencia. Y ¡oh paradoja de la vida!, el éxtasis brota en la plenitud de la existencia, pero con el completo olvido de la existencia misma. El éxtasis, olvido del vivir, transporta al artista, trémulo de emoción, fuera de sí mismo, como envuelto en un sudario en llamas; el éxtasis se apodera del soldado ebrio de sangre cuando el calor de la batalla sin cuartel avanza impasible bajo la granizada de metralla; el éxtasis, en fin, hacía delirar a Buck cuando, al frente de la manada, lanzaba el ancestral aullido del lobo y se arrojaba tras la carne palpitante que corría sobre la tierra helada, bajo el tenue y pálido fulgor de la luna llena. Su aullido brotaba de las recónditas profundidades de su ser, más hondas que él mismo, como si surgiera desde el insondable abismo del tiempo. Le arrebataba el impulso de la vida triunfante, la creciente oleada del ser, el deleite de los músculos tensos, de las articulaciones, de los nervios, de la existencia y del movimiento, que le hacían saltar alborozado y delirante bajo la luz de las estrellas sobre la materia inerte e inmóvil que duerme el eterno sueño de la muerte.
La llamada de lo salvaje. Jack London

He leído por ahí que el lado salvaje de la vida tiene un caminante menos...


domingo, 20 de octubre de 2013

APUNTES SICILIANOS (Y 5)


No ha parado de llover en todo el día. Es una tarde de domingo de "esas" en que la vida parece suspendida de esta ventana gris. Da la impresión de que no ha existido nada antes, ni nada va a cambiar.  Repaso las fotos de Palermo una y otra vez para ver si me llega algo de aquella luz, si todavía persiste la confusión de sus calles, el desafío de un mundo demasiado complicado para ser comprendido. Paso la mirada de nuevo por los mercados caóticos, por las fachadas abandonadas, por las trattorie que huelen a pan. Me detengo en una esquina donde un hombre vende vísceras a los transeúntes, donde unas mujeres se abanican, donde puedo leer en los tendales tantas historias minúsculas. 













Ojalá sirviera de consuelo pensar que algo de todo aquello ha quedado apresado para siempre en estas imágenes.  Aunque mirando este cielo gris de mi Citroën sur Mer tal vez el verdadero consuelo sea creer que el viaje continua y que el tiempo es lo único que nos da la verdadera dimensión de la vida.