lunes, 24 de septiembre de 2012

ESTAMPAS GRIEGAS (FIN)


 

HACER LA MALETA
La terraza de la casa de Porto Ennia azotada por todos los vientos del universo, pero refugio seguro en las noches cálidas de estrellas fugaces. Los prismáticos de Giorgos con los que espiar el escaso ir y venir de barcos pesqueros. El olor a leña que subía todas las noches de la casa del vecino, Gregoris. La fonética cristaliana de la lengua griega cuando parecía que ibas a entender de un momento a otro... pero no.


Las ruinas: Las puertas de Micenas, por donde salió Agamenón en busca de Helena. Corinto  y los árboles que me salvaron de la canícula asfixiante, la imposible fortaleza de Acrocorinto. Delfos y Alejandro Magno agarrando el pescuezo de la sacerdotisa hasta oírle decir lo que esperaba: "Serás inmortal". La melancólica mirada del auriga. El desolado túmulo de Maratón. Abrojos y lagartijas y la difusa emoción de la cultura.







Nauplia. La encantadora pensión Marianna, llena de naranjos y limoneros, donde daban ganas de quedarse a desayunar para siempre.




El teatro de Epidauro y el grupo de japonesas disparatadas que improvisó una hermosísima canción capaz de hacerse con el silencio.


Una noche de tormenta en el Gran Paseo de Atenas y la luz del vendedor de maíz acompañando la soledad de la Acrópolis.


Los cuerpos desnudos de aquellos dos muchachos zíngaros (juventud, encanto descarado de la vida) en la pequeña cala donde solía bañarme. El sabor del mar entrando por todas partes con el erizo que me hizo probar un lacónico pescador, clavadito a Sean Connery.


Los vendedores ambulantes en las calles de Plaka y el recuerdo de la pobreza frente a los restaurantes.



La luna.



Tuve que abandonar mi sombrero para no pagar exceso de equipaje.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

HÉROES


Con estrépitos de músicas vengo,
con cornetas y tambores.
Mis marchas no suenan sólo para los victoriosos,
sino para los derrotados y los muertos también.
Todos dicen: es glorioso ganar una batalla.
Pues yo digo que es tan glorioso perderla.
¡Las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan!
¡Hurra por los muertos!
Dejadme soplar en las trompas, recio y alegre, por ellos.
¡Hurra por los que cayeron,
por los barcos que se hundieron en la mar,
y por los que perecieron ahogados!
¡Hurra por los generales que perdieron el combate y por todos los héroes 
                vencidos!
Los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes más 
                 grandes de la Historia.
Walt Whitman


sábado, 15 de septiembre de 2012

ESTAMPAS GRIEGAS 5



HIDRA
¿Qué sería de Grecia sin las islas? Sin puertos al abrigo del enloquecedor meltemi, sin rincones encalados donde estallan las flores, sin calas de agua transparente, sin muchachos bronceados que se lancen al abismo, sin aceitunas rellenas de almendras, sin marineros que te hablen en tu lengua, sin un tabernero que se llame Aquiles, sin atardeceres irreales, sin gatos dormitando en los portales, sin veleros  cruzando lentamente la línea del tiempo......











¿Qué sería de Ítaca sin la mirada apasionada de Ulises?

viernes, 14 de septiembre de 2012

CUMPLIR AÑOS

Fue un día del azul septiembre cuando,
bajo la sombra de un ciruelo joven,
tuve a mi pálido amor entre los brazos,
como se tiene a un sueño calmo y dulce.
Y en el hermoso cielo de verano,
sobe nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Bertolt Brecht

martes, 11 de septiembre de 2012

ESTAMPAS GRIEGAS 4


ACRÓPOLIS
Los andamios cubrían el Partenón y más de un turista arrugaba el ceño con cierto enfado, con evidente decepción. Por todas partes se oían los disparos de cámaras de fotos, móviles, tabletas de última generación capturando los trofeos visuales capaces de justificar cualquier movimiento. Atardece. Es imposible visitar estos lugares agrestes a otra hora del día. Nunca había visto un cielo tan inquebrantable, tan azul. Hay piedras por todas partes, templos que no son templos sino reconstrucciones de templos, huecos donde debieron estar los que no están...
Nada de eso importa demasiado. La Acrópolis se yergue sobre una colina con la majestuosidad magnánima y sabia del que se conoce destinado a la muerte. Se eleva sobre los siglos, se refugia en los libros de historia, en los versos de tantos poetas, en la memoria aprendida del antiguo esplendor el arte y  la civilización. 
Desde allí arriba, la ciudad se extiende como una colmena abigarrada que se para en el mar y trepa por las montañas colindantes. El humilde barrio de Anfiotika, con sus encaladas fachadas andaluzas, los aromas de Plaka llamando al placer urgente de la cerveza helada, el arco de Adriano sobreviviendo en medio del tráfico, el teatro de Dionisio...










Unos enormes perros con las llaves colgadas del collar hacen la función de vigilantes, acompañan al portero que, con prisas y sin miramiento, va expulsando a los turistas rezagados. He leído en alguna parte que son perros vagabundos que el ayuntamiento de Atenas ha adiestrado para esa función. Son grandes, de mirada vidriosa y fiera, aunque parecen inofensivos. Vamos saliendo todos, remolones y tercos, apurando la última mirada sobre el atardecer de la Acrópolis. El portero echa la llave a la verja de entrada, como si con un pequeño gesto cotidiano pudieran cerrarse tantos siglos de historia.
Sonrío pensando que en la soledad de la noche calurosa, mientras los humanos nos convertimos en un mar de voces anónimas dentro de cualquier taberna, los perros se salvan de su maldición y caminan entre las ruinas con la mirada melancólica y orgullosa de los filósofos antiguos.


martes, 4 de septiembre de 2012

ESTAMPAS GRIEGAS 3



DIMITRIS
Cuando llegué a la plaza Sintagma, mi vista se perdió entre los árboles buscando alguna huella de aquella trágica noticia de abril. Recordaba por los informativos cómo el árbol donde Dimitris se había quitado la vida, se llenaba cada día de mensajes y flores. Pero no encontré rastro alguno. Hasta la indignación y el recuerdo parecían haberse ido de vacaciones. Un poco más arriba, ante el edificio del parlamento, varios soldados Evzones evolucionaban en una ridícula pantomima ante una decena de turistas. La escalinata brillante del Grande Bretagne, uno de los hoteles más lujosos del mundo, ponía coto a la curiosidad de los no elegidos. Es muy posible que ni el eco del disparo llegase siquiera hasta el salón vienés.




Unos metros más allá, una multitud errática llenaba las pequeñas arterias peatonales donde se acumulan las tiendas de moda internacionales. Delante de las grandes cadenas de ropa fueron apareciendo los vendedores ambulantes: mazorcas de maíz, rosquilas, música... anochecía. También en el barrio de Psiri estaban echando el cierre a los negocios y aunque se agradece dejar atrás el chunda-chunda compulsivo y globalizado, tuve la sensación de retroceder en el tiempo de una forma inquietante.






La plaza de Monastiraki, como si fuera un gran desagüe, recogía la voluntad de los que prolongan, sin saber muy bien qué hacer, el inevitable momento de volver a casa: turistas indecisos, descuideros, parejas que se despiden con un recatado acaramelamiento, ancianos que buscan el fresco de la noche, inmigrantes vendiendo relojes falsos, jóvenes atenienses no muy diferentes a los de cualquier parte del mundo haciéndose las mismas preguntas que nos hacemos todos.




El ruido de la música hip-hop ahogaría hasta el sonido de un disparo.