martes, 30 de septiembre de 2008

NOSTALGIA



Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

Posesión del Ayer

Jorge Luís Borges


domingo, 28 de septiembre de 2008

PAUL


Shaker Heights, Ohio, 26 de enero de 1925
Westport, Connecticut, 26 de septiembre de 2008

viernes, 26 de septiembre de 2008

BOW (Barcelona Oviedo Woody)

Vaya por delante mi declarada admiración por míster Allen y ese exquisito collar de perlas que es su filmografía. Perlas engarzadas, sin duda, con un talento excepcional.

Con este pensamiento me senté en la oscuridad del cine hace unos días y aunque una tiende a mimar a sus vástagos favoritos, creo que esta vez no puedo hacerlo.
No me gustó la voz en off, una especie de narrador omnisciente un tanto postizo.
No me gustó la caidita en el documental turístico metido con calzador y desarrollado con torpeza.
No me gustó Scarlett, Bardem me dejó indiferente, Rebeca Hall me pareció un poco sosa y Pe, la verdad, fue una brisa de aire fresco con la que la peli remonta un poco hacia el final.





Bien es verdad que no me aburrí en ningún momento. Las escenas transcurren con calculada maestría, el guión tiene chispazos de un reconocible y acerado humor, a pesar de algún que otro detalle que rechina al espectador español y la fotografía es excelente (¿cómo podía ser de otra manera?) .
Quizás la decepción provenga de mí misma, de lo que una espera de las cosas que ama y eso ya no es asunto de Woody Allen.

Aquí os dejo con la canción de la banda sonora (clic) para endulzar el fin de semana.


lunes, 22 de septiembre de 2008

PALMIRO



Hace unos días recibí noticias de Palmiro Calabrese.
Llegaron en un sobre amarillo con la caligrafía picuda y esmerada a la que nos tiene acostumbrados. Era difícil descifrar el matasellos y , como siempre, no traía remite.
Palmiro es un hombre guapo, de complexión robusta y ojos marítimos. La última vez que lo vi, conservaba todavía en su tupida cabellera ciertos reflejos dorados de juventud y ese encanto indefinible, del que puedo decir sin equivocarme, no deja indiferente al género femenino.
De su vida azarosa no puedo ni debo relatar demasiado: uno, porque él no me cuenta más que lo justo y dos, porque en su natural reservado eso sería interpretado como una innecesaria traición.
Me acostumbró a sus silencios y a sus sobres amarillos, siempre llenos de arena de playas, de poemas apasionados, de viejas fotografías, de artilugios oxidados y de voces infantiles.
Yo no le pido más.
La carta del otro día supuraba cierta melancolía y una reflexión, un tanto fatalista, sobre el paso del tiempo. Palmiro reposa convaleciente de una misteriosa amputación (espero que no se moleste por decirlo ) y entre las muchas cosas que contenía el sobre recibido, estaba este relato que transcribo.
Espero su pronta mejoría porque dejaré esta ventana abierta para que la siga inundando de todos los sobres amarillos que quiera.


UN PARTO


(Traducción en el primer comentario)

Hoxe tivemos, por fin, a filla que esperabamos. Sorpréndenme os seus ollos negros, tan abertos, asombrados. Case inquisitivos, como en demanda de explicación. Semella que quixese botarse a falar e a camiñar dun momento a outro. Ilusións de amor materno, paterno.
O parto resultou estrañamente doado. Foi un alustro de dor, unha presión fonda e rápida no ventre, que apenas me mancou. O doiro veloz dunha feliz liberación, a do peso excesivo e o volume inaxeitado, impropio, inconcebíbel. Unha vez que eu mesmo din aceitado a excepcional modificación da miña anatomía no proceso dos últimos nove meses, hoxe vivo con gozosa naturalidade o acontecemento inevitábel, a conclusión natural dunha anomalía inexplicábel. A nena abre os ollos negros e semella querer preguntar. Eu, o pai que a concibiu, non teño outra resposta que a que debuxa no ar o sorriso da miña felicidade.

Palmiro Calabrese, 11 setembro 2008


viernes, 19 de septiembre de 2008

CHE COSS'É L'AMOR



El Amor es ciego.


Dios es Amor.


Ray Charles es ciego.


Por lo tanto, Ray Charles es Dios.


Vinicio Capossela (Grazie, Spino)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

BONJOUR TRISTESSE



No puedo con el otoño.
Me matan estos vientos fríos como bofetadas que esperan en las esquinas.
Puedo entender la necesidad de madriguera del invierno, las tardes de bizcocho y lluvía eterna, las bufandas, los paraguas.
Soy comprensiva con la impulsiva primavera que me enloquece con sus arrebatos de sol y frío.
Me rindo ante el verano que voltea mi cuerpo como un bolsillo vacío y se instala con indolencia en el salitre de los días, en la pasión de las noches.
Pero no puedo con el otoño.
Asesino de dulces anarquías, dictador de horarios y obligaciones, carcelero de mirada gris y hojas caídas, amanecer frío que me expulsa para siempre del paraíso.

domingo, 14 de septiembre de 2008

CUMPLEAÑOS





Esta foto pertenece a mi primer recuerdo.

Tenía yo dos o tres añitos y era el día de mi cumpleaños, como hoy. Mi tía Carmen estaba tratando de convencerme para que no llorara y la foto saliese perfecta.

Y todavía tengo presente la impotencia que sentía por no ser capaz de hacerme entender. No lloraba por la foto, ni porque era ya septiembre y llovía, ni porque mis padres no estaban (de hecho, la foto era para ellos).

Lloraba porque el superimpermeable rojo que mi tía me había comprado, me quedaba enorme y no quería salir con él, se puede ver mi manita infantil tirando del cinturón inútilmente. Pero los adultos, cuando se trata de fotos, pueden resultar inamovibles como rocas.

Han pasado muchos septiembres desde entonces. Mi queridísima tia Carmen murió hace algunos años. Vuelve a llover y ya no tengo un precioso impermeable rojo.

Supongo que la vida es eso, cosas que se pierden, cosas que se encuentran y seguir cumpliendo
años.


jueves, 11 de septiembre de 2008

FINE


Una brisa alocada revoloteó en el campo de santa María dei Frari. No era uno de esos aires calientes que alivia el sofoco con sólo moverse, no era el aire que levanta el vaporetto cuando se aleja canal adentro. Era un aire transparente y límpido que me hizo estremecer. Ya casi ni me acordaba de esa sensación que encoge el cuerpo hacia dentro y que se llama frío.
Era un aire de otoño y aunque no quise hacerle caso y aunque el sol siguió brillando cada mañana y aunque no caían hojas en los fondamenta -porque en Venezia no hay árboles y las estaciones son un delirio, como dijo el poeta- algo empezó a cambiar inevitablemente.

La luz del atardecer seguía siendo dolorosa en su hermosura pero los venecianos llevaban chaquetas cuando salían a tomar sus aperitivos. Había agendas y mochilas en los escaparates de las librerías y el mundo que palpita debajo del Gran Escenario comenzaba a despertar de su letargo.

Riva gli Schiavoni


Podría seguir hablando de mis sitios favoritos, de la Riva degli Schiavoni al atardecer, de la animada via Garibaldi, del imponente Arsenal, del Campiello del Remer y sus vistas lujuriosas al anochecer, empañadas de spritz.

Campiello del Remer



Vista (a la izquierda) del Campiello del Remer, Rialto al fondo

Vista (a la derecha) del Campiello del Remer: Gran Canal


Podría hablar del Spritz, ese maravilloso brebaje veneciano en el que me gustaba sucumbir noche tras noche.


Podría hablar de tardes de lluvia y risas, de impermeables frikis, de todos los tiramisús devorados.




Podría hablar del Café Florián, del Quadri, de Carlo Goldoni y La Commedia dell'Arte, del mercado de Rialto, de los viajes en traghetto, de los cuadros de Tintoretto, de Tiziano.



Interior Café Florian



Pero creo que ya ha sido suficiente.

Porque Venecia es una enorme anaconda que te estruja hasta quitarte el aliento. Un monstruo diabólico de mil tentáculos que te arrastra hacia el fondo de calles oscuras y canales misteriosos.



Te atrae con íntimas palabras y promesas envenenadas porque necesita el tributo de un ser hipnotizado por sus silencios de agua estancada.





Y cuando crees que has conseguido el premio de lo desconocido, que eres el único ser sobre la tierra en el claustro de s. Pietro Maggiore... caes herido de muerte para siempre.

Venezia dejará que tu cuerpo escape en el tren de la tarde, pero tú serás un espíritu sin descanso, vagando eternamente por sus canales y mirando a los gatos frente a frente.



lunes, 8 de septiembre de 2008

VIETATO L'ORMEGGIO


Palazzo Ducale




Venecia no existe.

Cuando el último japonés pone su pie en el vaporetto rumbo a su confortable hotel de Mestre, el Gran Decorado se apaga. Los carritos de souvenirs se cierran sobre sí mismos y los paquistaníes que los custodian empujan la pesada mercancía por callejas en penumbra hasta desaparecer en un escondido almacén.
Los gondoliere dejan sus camisetas de rayas y sus sombreros de paja en el camerino y se dirigen, con paso cansino, hasta la primera taberna que encuentran abierta.
Los focos de la Piazza de S. Marco se apagan definitivamente y los negocios cerrados que la bordean toman un aire siniestro y fantasmal.



Piazza S. Marco



El encargado del atrezzo cubre las góndolas con lonas azules y el último operario va levantando las butacas y barriendo de entre ellas programas de mano, entradas de museo, scontrinos de pizza al taglio, vasos de plástico...




Sólo los Vu'cumprà? (¿quieres comprar?) esperan entre bambalinas las migajas del pastel.
Se cierra el Gran Decorado hasta la próxima función.



Grupos de africanos con sus mercancías de bolsos falsos esperando que cierren los comercios
para ofrecer su producto a buen precio.



Es entonces cuando se pueden atravesar puertas que no llevan a ninguna parte, perseguir fantasmas de seres imaginarios, fabricando enfermizamente una ciudad que no existe.










Es entonces cuando rondo el palazzo Barbaro, donde Henry James -invitado por los Curtis- escribió, en un delicado escritorio de cerezo, Los papeles de Aspern; donde ambientó Las alas de la paloma... y observo sus ventanas abiertas sin saber muy bien qué hacer.











Busco lugares donde no estuvo nadie sin hallar conforto, ni sosiego.





Comisaría de Guido Brunetti, personaje de las novelas de Donna Leon




Algunas veces, en esa hora indecisa de la tarde que se resiste a precipitarse en noche, en una esquina poco transitada, puedes encontrar un espíritu sigiloso de mirada perdida en el horizonte de otros mares.





Un espíritu que te susurre con dulce acento la calleja oscura por la que aparecer en un campo desierto y descubrir patere con misteriosos leones alados.






Baldaquinos desaparecidos en enormes iglesias, cerradas como tumbas, al borde del mar.





Pozos clausurados desde los terribles años de la peste.





Templos sumergidos, templos armenios invisibles al ojo humano



Chiesa di S. Barnaba







Chiesa degli Armeni




Seres petrificados víctimas de insondables maleficios.





Fachada de la casa en la que nació Tintoretto




Claustros abandonados, animales perdidos en solemnes arquitecturas o simplemente canales umbríos donde sentarse con los pies colgando a oír el ruido del agua chapotear con parsimonia contra las paredes mohosas.



Claustro della Chiesa di S. Pietro




Entrada a la Scuola di S. Rocco







Un espíritu que te hace ver pequeñas y humildes osterie donde venecianos de oscura fonética alivian el calor con un ombra o un prosecco. Tabernas de carteles despintados que ofrecen sardine en saor o baccalà mantecado en mesas diminutas, que encienden una luz en medio de la tormenta para que llegues a ellas.



Una de esas osterías recogió mis pasos cansados en una noche de tormenta. La escuálida luz de la puerta apenas tenía que ver con el ambiente eufórico y parlanchín que se respiraba dentro. Pasaban platos de spaguetti nero di seppia, cozze y pescados brillantes. Allí vi por primera vez a madame Ormesini con su copa de vino y allí me senté, por fin, en una mesa al fondo del comedor.
Justo encima había un viejo cartel arrancado del canal que decía : Vietato l'ormeggio (prohibido atracar). Comprendí el sentido de humor del dueño y lo que ese cartel sugería. Es decir : "No apalancarse en este comedor"

Una silueta oscura, acodada en la barra, me devolvió la sonrisa y entonces comprendí su verdadero significado.






Quedarse mucho tiempo en Venecia puede resultar peligroso.



viernes, 5 de septiembre de 2008

CHI ROMPE, PAGA



El Lido es una isla alargada como una salchicha que cierra la laguna: kilómetros de playa, encantadoras villas de veraneo y grandes hoteles se suceden entre hortensias pomposas y caminos de grava.
Lo primero que llama la atención viniendo de Venecia son los coches. Un ferry desde el Tronchetto permite a los veraneantes disfrutar de sus maserati también en vacaciones.

La enorme playa que se extiende por la isla está repartida en concesiones que acotan su territorio e instalan unos servicios (lettino, ombrellone) de los que puedes disfrutar, pagando, claro. De manera que puedes pasear a lo largo de la mítica Via Marconi sin ver un centímetro de arena.



Aunque siempre puedas soñar con ver otras cosas delante de las tripas de la Mostra de cine.






En los únicos cien metros de playa libre que se pueden encontrar se agrupaban jóvenes italianos, familias de hindúes, turistas sedientos de sol y alguien como yo, que no concibe tener que pagar para darse un baño en el mar.


Mientras estaba allí sentada con mi caffé shakerato llegó una pareja de extraños personajes. Parecían mendigos o personas sin techo: él escuálido y barbudo; ella, con falda larga y blusa floreada. Dejaron sus pocas pertenencias en la orilla y se adentraron vestidos en el mar. Primero con cierta timidez, después dando grititos y gemidos de placer. De pronto sacaron un bote de jabón y empezaron a enjabonarse por encima de la ropa. Ella metía la mano por dentro de la blusa, por debajo de la falda y frotaba con fruicción; él se enjabonaba la cara, el pelo, el pecho... se aclaraban y vuelta a empezar.







A la primera sensación de repugnancia, pues él tenía el cuerpo lleno de pústulas, me sobrevino una profunda tristeza. Mientras los bañistas se congregaban en la arena para ver el espectáculo y las madres sacaban a sus hijos del agua a toda prisa, comencé a pensar en la historia que traerían detrás. Cuántas penalidades ha tenido que pasar un ser humano para bañarse sin pudor de esa manera. Qué podía yo juzgar de sus caras, finalmente complacidas por un agua vivificadora y libre.





A menos de 50 metros se erigía el exquisito mamotreto del Hotel des Bains. Las pintorescas y cinematográficas casetas de lona rayada habían sido sustituídas por unas de madera y techo de paja, todo con un cierto aire (vulgarmente) caribeño.
Y entonces, delante de todas aquellas imágenes, recordé el final de una novela:


Y aquel mismo día, un mundo respetuosamente conmovido recibió la noticia de su muerte.


Sin duda las palabras de Thomas Mann no se referían sólo a Aschenbach, el protagonista de su relato.


Me encaminé al barco y decidí poner rumbo a otras islas.




Dejamos a un lado la semiabandonada Torcello (donde dicen que a Heminway le gustaba pescar) y con el sol de frente, nuestro vaporetto proletario se cruzó con multitud de embarcaciones de recreo que lo adelantaban dejando una estela de soberbia y espuma. Hombres bronceados y canosos al timón, mujeres tumbadas en la proa o niños rubísimos apenas nos dedicaban una mirada mientras nosotros imaginábamos sus vidas regaladas en el interior de algún palazzo veneciano.




Murano estaba medio adormilada en ese domingo intempestivo de agosto. Las viejas vetrerie y los fornai cerraban sus puertas a cal y canto y los carteles de Chi rompe, paga (El que rompe, paga) bailaban en los escaparates movidos por una tenue brisa. Había pocos turistas y algunas tiendecitas abiertas saciaban la sed de compras .




Burano, L' Isola delle merletti (isla de los encajes), L'isola dell' arcobaleno (isla del arcoiris) estaba algo más animada. Quizás el colorido de sus casas exaltaba los espíritus o tal vez el esmero de sus calles limpísimas nos ofreciera el eco inconsciente de algún disneyland maravilloso.






Burano, L' Isola delle merletti (isla de los encajes), L'isola dell' arcobaleno (isla del arcoiris) estaba algo más animada. Quizás el colorido de sus casas exaltaba los espíritus o tal vez el esmero de sus calles limpísimas nos ofreciera el eco inconsciente de algún disneyland maravilloso.




Giardini della Biennale

Dejamos atrás la isla de los muertos -S. Michele, el cementerio de Venecia- casi rozamos la cúpula de S. Giorgio, las doradas fachadas de la Giudecca.






S. Michele





S. Giorgio




Chiesa del Redentore (de Palladio) en la Giudecca.




Pero de nuevo el Gran Canal nos absorbió, como un imán, hacia un torbellino ruidoso y desenfadado.





El botín de tan osada incursión en la laguna, un exquisito anillo de cristal de Murano, centelleaba esa noche en mi dedo cuando alargué el brazo para que el hermosísimo camarero egipcio me sirviera un bianco freddo en una trattoria cerca de casa.







Por el canal pasaban barcazas tuneadas, llenas de jóvenes, con la música a toda pastilla.