Esto es lo que se veía desde la ventanilla del tren que me llevaba de Victoria Station hasta el aeropuerto de Gatwick.
Seguro que lo habéis reconocido. Por si acaso os dejo una pista mientras ordeno un poco mi vida. ¡Qué estrés esto de los viajes!
- ¿ Y tú me querrás cuando tenga acné, cuando me asuste de la oscuridad o me haga pis en la cama?
El destino de Benjamin Button aparece ligado a un primoroso reloj que gira en sentido contrario para satisfacer la desesperada necesidad de su creador de devolverle, aunque sea simbólicamente, la vida a su hijo.
Y aceptando la vida como viene, sin haber elegido su condición, Benjamin intentará vivir como lo haría cualquier ser humano: de la mejor forma posible. Se convierte en espectador de la Historia, de las vidas de otros y de su propio e inusual transcurrir.
Lo que en un principio parecería un relato descabellado acaba revelándose en una metáfora perfecta de nuestra propia vida: nada es definitivo, nada es inamovible. No importa que te equivoques, siempre que quieras puedes empezar de nuevo, no hay reglas. Aunque en esa absoluta libertad lo único que no puedes cambiar es el paso del tiempo, poco importa que vaya en una dirección o en otra. Los seres que amas irán desapareciendo en el camino, el amor, la pasión, el paraíso... nada es perfecto eternamente. De ahí la importancia de vivir cada momento con intensidad y entrega.
Despojados de nuestros aditamentos sociales y sin la necesidad de cumplir unas metas, todos los seres humanos estamos hechos de la misma pasta imperfecta y mortal. Podrás sentarte en el porche, atisbando la luz de la tarde o una brisa que cambie el movimiento de los árboles; podrás rebelarte, blasfemar y escupir, como el tatuado capitán del barco, pero al final, no te quedará más remedio que aceptar marcharte.
Sin embargo,
la perfección existe
y se llama Brad Pitt.
Sí, estuve en la espina dorsal, en el corazón y el alma de Giorgio. Un edificio de varias plantas por el que pude pasear con absoluta libertad (no photos, please) entre ropa casual, complementos, joyas, ropa de casa e inalcanzables, maravillosos, refinados y perfectos trajes de noche. Y con absoluta libertad me marché -en estado místico, eso sí- con los precios haciendome chiribitas en los ojos.
Sólo un paso de cebra separa la casa del dios Armani de la via Monte Napoleone, una calle exquisita, flanqueada a ambos lados por todo aquello que conforma, átomo a átomo, la palabra Lujo: Salvatore Ferragamo , Dior, Gucci, Versace, Valentino... brillan en la oscuridad de la tarde con calculada e hipnótica simetría
Y mientras tú, simple mortal, te cruzas con milaneses orgullosos de indiferente mirada. Viejas de morros tuneados y gafas con logo brillante dentro de indecentes abrigos de pieles; mujeres maduras con chaquetones ajustados, maquillaje perfecto y tacones de vértigo; hombres con elegantísimos abrigos de paño, bufandas gigantes y zapatos primorosos; jóvenes de de excéntrica y calculada imagen, con deportivas chillonas, bolsos de marca y cortes de pelo imposibles: un auténtico, Esplendor en la niebla.
El lago di Como supuso un remanso, un tanto decadente, entre tanta vorágine milanesa. Fue el único día en que vi el sol. Y resultó agradable dejarse acariciar por esa tibieza, como un lagarto perezoso, dormitando en sus plácidas orillas.
De izquierda a derecha: la Morlacchi y Giovanna.
La Morlacchi, como la llamaban sus colegas, era una mujer silenciosa y amable, que se deslizaba como un colibrí con sus trajecitos de chaqueta y sus tacones de vértigo por los pasillos del Enrico Fermi. De discreta y eficiente presencia, siempre tenía una sonrisa preparada y una palabra cálida dispuesta para ti.
De izda. a dcha.: mi colega Esther, la Rossetti, Annia y Leos.
Resultaría larguísimo seguir nombrando a todos aquellos que se mantuvieron atentos a nuestras necesidades, pero también injusto no mencionar a Stefano e Ilaria, nuestros magníficos cicerones en Milán; a Giovanna y Sara que disfrutaron con nosotros de un cálido atardecer a orillas del Lago di Como; a Alexia y su desbordante alegría, a Ana, a Alexandra...
Ilaria y Stefano junto a Esther y Leos en Milano.
Sara, Esther, Leos y Giovanna en el Lago di Como.
Han sido días intensos, agotadores, llenos de caras amigables, de sonidos en distintas lenguas, de obtusos formularios europeos, de tormenta de ideas, de ilusión, de pizzerías olorosas, de improvisadas lecciones de checo, de viajes en tren, de heladas mañanas invernales y... por qué no, de felicidad.