Nieva. Copos diminutos me reciben en el aeropuerto de Arlanda. Es de noche. Todo está oscuro y el taxi se desliza silencioso por autopistas silenciosas. La casa tiene un aire sobrio y confortable. Huele a lavandería, a cereales, a algo indescifrable que me habla de otro país: hace calor, el suelo es de madera, las paredes son blancas, no hay cortinas, los edredones son inmensos y la nevera está llena de salsas desconocidas.
Escucho a Billie Holiday mientras algunos copos se arremolinan en torno a la farola que ilumina la calle. Todavía se ve algún transeúnte en la oscuridad. Aquí dentro resulta difícil recordar el frío gélido que soplaba hacía unos instantes. Conecto internet y me entero de que es el aniversario de la muerte de Wilder. La voz de Billie sigue susurrando por dentro en la calidez de la noche. En todas las ventanas de los edificios colindantes brilla una tenue luz.
Podría estar aquí o en cualquier otro sitio. Estocolmo se convierte de pronto en una ciudad de cualquier parte. Una ciudad hermosa y hostil, difícil y práctica, silenciosa y alegre a la vez.
Un extraño lugar por descubrir.
2 comentarios:
Un aniversario que se celebró con algún que otro recuerdo televisivo en forma de película muy de agradecer.
Saludos.
Sí, resultó raro leer sobre eso allí arriba. Además, en el artículo del periódico que leí, el periodista terminaba diciendo algo así como que todavía nos quedaba Woody. Y de pronto, escuchando música de jazz, pensando en Woody, en NY... y yo allí, en Estocolmo, viendo nevar por la ventana. Fueron sensaciones muy extrañas.
Besos.
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