viernes, 27 de agosto de 2010

AIRE


Pitigliano se alza sobre una tierra arcillosa, il tufo, que lo aleja vertiginosamente de los valles. Lugar extraño, circundado de necrópolis etruscas y de misteriosos caminos. Cuando la niebla se extiende por esos valles, el pueblo entero flota en el aire convirtiéndose en una realidad imposible. Pero el día que yo lo vi, tendido bajo el sol de la tarde, me pareció un animal prehistórico, un enorme dinosaurio dormido.



En el aire flotan las conversaciones de los que salen a la fresca por las noches, nombres de parientes, fragmentos de episodios cotidianos relatados con prolija paciencia. Elevan la mirada un instante mientras paso, murmuro un notte, asienten con la cabeza y vuelven al relatorio del día. Ya me han olvidado.



La piedra se tiende sobre la montaña y deja que el viento silbe entre sus arcos, que la brisa reparadora llegue hasta lo alto del mundo de los hombres. Agujeros por donde se cuela la inclemencia del paso del tiempo y el asfixiante deseo de sobrevivir.







Las calles se llenan del olor de las botteghe abiertas, del jabón de la ropa que se agita en las ventanas, de olores kosher de la última panadería que en la Piccola Jerusalem resiste con tozuda ortodoxia el empuje del tiempo.
Una voz femenina llama a Luigi a pranzo. Suenan cubiertos, trastabillar de platos, un televisor, una máquina de coser y el vapor de la pasta cocida sale por la ventana y se disuelve entre el tibio aroma de las flores.



No lejos de allí la dulce Toscana de las postales se convierte en algo inesperado y sombrío. El aire cálido transita por il cavone para convertirse en una fría corriente. Nadie ha podido esclarecer todavía la utilidad de estos senderos etruscos, ni casi descifrar los signos que aparecen excavados en sus paredes. Resulta extraño caminar debajo de los árboles, asistir al impúdico espectáculo de sus tripas abiertas. ¿Cuántas realidades imposibles se encuentran detrás de la vida posible?



Sólo un poco más allá, también el aire acaricia el peinado perfil de las viñas donde las rosas vigilan, al pie de cada cepa, la salud de las uvas. Con un poco de suerte, el brebaje maldito terminará esa noche con absoluta e irreverente voluptuosidad en nuestros labios mortales.
Y por un momento nos creeremos dioses.

8 comentarios:

David dijo...

La segunda foto me parece cojoni di mulo!
Supongo que la máquina de coser que se oía era la de la fotografía (je,je).
Un saludito.

Sir John More dijo...

¡Recórcholis! ¡Guau!... Es que me quedé sin palabras...

Anónimo dijo...

Benvenuta, Lula. Qué envidia me das. Oye, eso de la ciudad que parecía flotar me recuerda al Castroforte del Baralla de Torrente Ballester en "La saga/fuga de J.B.".

Tanti saluti

A dijo...

Yo también he pensado en Castroforte, elevándose por el acorde ensimismamiento de sus habitantes.
Y lo del precio de los cojoni...
¡caramba! es muy razonable.

Lula Fortune dijo...

DAVID: muy agudo, sí señor. Otro saludito.

SIR: ¡¡Cáspita!! espero que su falta de locuacidad no dure mucho tiempo. ¡Miau!

TRANSCRIPTOR: pues sí, algo parecido. Si es que los escritores no tienen imaginación. Besos.

AMELIA: Pues la verdad ni me fijé en el precio, soy una compradora compulsiva..¡uy! digo, una fotografiadora compulsiva. Besos.

Lula Fortune dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
lu dijo...

Fotazas, Lula. Me han teletransportado.
Besos, artista.

Marcos Mateu dijo...

Maravilloso. Da toda la impresion de un remanso de paz en el que apetace estar en cualquier momento...