Me ha gustado Suecia. Tal vez las pocas expectativas que llevaba en mi maleta, junto con las muchas prendas térmicas, me alejaron a priori de cualquier esperanza de sorpresa y sin embargo así fue.
¿Lo primero que me fascinó? La luz. Una luminosidad sin inflexiones, sin brillos, pero de una nitidez asombrosa y desconocida para mí, acostumbrada a los incendiarios atardeceres atlánticos, al acaramelado resplandor italiano. El impresionante cielo azul que me acompañó todos los días, las extensiones infinitas de hielo blanco, todo me llevaba una y otra vez hacia la palabra "inmensidad": horizonte, espacio, amplitud, libertad, infinito...
¿Lo que más me sorprendió? La capacidad de los suecos de hacer de un problema una atractiva forma de vida. Es verdad que en mis fotos no aparecen personas, tal vez porque mis ojos se quedaban prendidos en las vastas extensiones blancas, en el silencio y la reconfortante soledad (como cura al abigarramiento urbanita no está mal ¿no?). Pero lo cierto es que los suecos estaban todo el día por la calle. De día caminando, patinando, en trineo, sacando a los niños al sol, paseando por las carreteras que surcaban el mar mientras llega el deshielo. Por la noche abarrotando los pubs, caldeando el ambiente en animadas conversaciones, hasta algo bullangueras me atrevería a decir. Los suecos que conocí fueron amables y cálidos, bromistas y amigos de la fiesta pero también de una eficiencia envidiable desarrollada con absoluta naturalidad.
¿Hace tanto frío? Según otra leyenda sueca, no es que haga frío: hay gente mal abrigada. Y puedo asegurar que es cierto. Forrada como un oso, no he temido ni un instante a las bajas temperaturas. El frío (llegué a -9ºC en alguna ocasión) es vivificador, intenso, te hace reaccionar y en ningún momento traspasa la barrera de las prendas de abrigo. Los interiores de las casas te acogen con una calidez fantástica que te hace olvidar en un instante la nieve y el aire gélido.
¿El descubrimiento? El norte. No he dejado de ir hacia el norte y cuanto más subía, más y más quería subir. Adentrarme en los vastos territorios despoblados, ver manadas de renos, hacer agujeros en el hielo para pescar, comer salmón cocinado en el fuego, encontrar un pequeño lugar donde guarecerse... y seguir, seguir subiendo
1 comentario:
Me ha gustado tu trilogía... Y me ha dado envidia (y de sana, nada ;-).
En fin... Aunque no haya mucha gente, las fotos son preciosas. No me extraña lo de las extensiones (te quedas casi asombrado aquí...así que imagino que allí).
Un abrazo.
PD: Como vuelvas a hacer otro viaje antes de un mes, me borro de este blog (ja,ja)
Publicar un comentario