jueves, 21 de julio de 2011

CE

La tarde anterior había estado en la playa hasta casi el anochecer. Aquel había sido un verano propicio y sin sorpresas: el calor suave, la luz brillante en la bahía, el revolotear del viento con el cambio de mareas, la molicie de la espera...
Despertó en medio de la noche un poco desprevenida. Sin alterarse, espió los movimientos de su cuerpo. Comprobó con meticulosidad que cada espasmo, cada pico de dolor, encajaba a la perfección en la descripción científica que tantas veces le habían explicado. Buscó el aire con jadeos obedientes, creyó que su cuerpo se partía en dos, se abría despedazándola por dentro, pero siguió respirando.
El aire, el sueño, el dolor, la modorra, el tiempo, la fueron llevando hasta un amanecer de domingo vacío e ignorante, hasta el momento decisivo en que había que salir de casa camino del hospital. Comadronas, médicos, pasillos desnudos, ventanas ciegas de cielo, senderos de palabras dolorosas, fueron desvelendo con una sabiduría de siglos la sencilla ternura del ser humano. Se la trajeron envueltita en una blancura nueva, apenas carne diminuta, serena, asustada y frágil. La miró con una curiosidad de fiera dolorida. Pensó, de pronto, en todo lo que le esperaba de la vida, en que no había vuelta atrás, en que todo aquello era para siempre.
Pensó, con un destello orgulloso en la mirada, que ya no le pertenecía.

2 comentarios:

barraquito dijo...

Me ganaste. Me endulzaste la mañana. Es muy hermoso. Muchas gracias.

Lula Fortune dijo...

No hay de qué. Un abrazo.