Ferrara tiene muros inmensos, fortalezas, moles de ladrillo, palazzi renacentistas, iglesias que se alzan por todas partes, en silencio, casi sigilosamente, sin violencia alguna, pero con el estremecimiento de una tristeza profunda y solitaria. Aguardan bajo el sol de agosto que el tiempo eleve alguna mirada curiosa hacia sus ventanas clausuradas, hacia sus secretos, guardados ya en el fondo del olvido.
Calles empedradas, vacías, atraviesan grandes avenidas por las que de vez en cuando, un coche, una bicicleta, transitan con la lentitud de otro mundo.
Islas frondosas como deseos surgen de pronto al abrigo de toda esa magnificencia de piedra. Un soplo de brisa en la piazza Ariostea es suficiente para comprender cualquier pequeña rebeldía.
3 comentarios:
No seria tuya la bici eh????
La envidia y la aflicción tienen, en mi caso, tanta fuerza que me sobra energía para mandaros un montón de besos y con la estela que dejan en el aire escribo el firme deseo de viajar a Ferrara. O quedarme allí 46 años. Depende.
Hola, Atikus...qué alegria verte por aquí... no, no era mía la bici...je, je... mis rebeldías son bastante peores. Besos.
EDU: sí...quedarse allí o en Venezia o en Florencia o en...ay que me pierdo. Besos mil.
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