Mi recuerdo son imágenes confusas de un palacio ardiendo,
mucho humo y tanques, voces alteradas, desolación en algunos, indiferencia en
otros. Todo en blanco y negro como era el mundo entonces, al menos, el que se
veía a través de nuestro Philips. Era septiembre, eso sí lo recuerdo, porque
observaba expectante el declive del verano con mis libros forrados, las
libretas de anillas y el olor de la goma Milán recién comprada. Yo iba a un
colegio de monjas y aunque no llevaban
hábito y cantaban en misa eso de “busca la respuesta en el viento”, eran
monjas al fin y al cabo. Nos obligaban a ir a esas misas todos los viernes y
nos hacían bailar sardanas en el recreo para que no armásemos demasiada bulla.
Aquel principio de curso llegó la señorita Elia. No podría
decir que mi vida dio un vuelco al conocerla, pero sí que su presencia
insuflaba algo de color a aquellas aulas mortecinas. Era muy joven, vestía con
vaqueros, hablaba muy despacio y jamás se alteraba por nada. Puedo verla,
siempre de pie, apoyada en la mesa, con el libro en una mano y la otra en el
bolsillo. Sé que en aquellos primeros días sólo intentaba conocernos, saber de
nosotras, ver cómo estaba el nivel de la clase que tendría a su cargo el resto
del curso. Nos preguntaba por nuestros gustos, se interesaba por nuestras
pobres lecturas e incluso se atrevió a indagar si sabíamos qué estaba pasando
en Chile. Quizás ahora puedo decir que durante aquel curso, de ese modo suave y
moderado que imponía Elia a sus clases, fui encajando poco a poco las piezas del
mundo.
Quién sabe por qué mecanismo extraño de la mente, cada
septiembre, cuando se acerca mi cumpleaños recuerdo a Allende y a la señorita
Elia como si fueran una pareja literaria y magnífica, un regalo inexplicable. Recuerdo un aire fresco y
agradable que atrapaba las primeras hojas del otoño en la Avinguda del
Carrilet, recuerdo a los chicos del instituto que pasaban por delante del
colegio riéndose de nosotras, recuerdo el edificio sin gracia de aquel instituto
-un antro de perdición a decir de las monjas- pero al que todas soñábamos con
ir. Recuerdo los sueños, las previsiones de la vida, el mundo por estrenar, el
pensamiento por escribir, la maleta por hacer…
Perdonad si me he puesto algo nostálgica, pero creo que son
ya demasiados años los que voy a cumplir dentro de poco.
3 comentarios:
'Me recojo en la templanza de la tregua que me da la anestesia del recuerdo', como cantaban "El último de la fila". Lo que es magnífico es tener el recuerdo, atesorarlo y disfrutarlo, como leo que te sucede. Eso es una suerte.
Saludos.
Que los días se van, río son... Un abrazo :)
Magnífico... al nivel de Capote (y no tengo más que decir, que diría D. Manuel)
Fuquiño
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