Bagheria
Villa Palagonia, o Villa dei monstri, es una mansión extraña
llena de estatuas de caballeros, animales, músicos, quimeras y monstruos de
piedra. Escalinatas retorcidas, salas decoradas con frescos o espejos
inquietantes que deforman la figura del que los mira, forman parte de su extraño
encanto. Se llega allí, tirando del hilo de Ariadna. Primero tirando del Viaje a Sicilia con un guía ciego, de
Alejandro Luque y descubriendo que el misterio del título es un porteño llamado
Borges. Después, tirando del ciego y la emoción que comparte con María Kodama
al pisar las mismas salas que pisó Goethe. Y así, tirando tirando se llega
hasta el origen mismo del gran tour, el Viaje
a Italia del ilustre alemán. Hablo de libros, claro. Siempe digo que cada
uno de nosotros lleva el viaje dentro: lo que ve, lo que encuentra, lo que
busca… está ya en el equipaje antes de partir.
No le gustó a Goethe. Le pareció el delirio de una mente
enferma, con gusto repulsivo, de
una vulgaridad insoportable y con un resultado artístico ni siquiera fruto del
capricho excéntrico sino de la casualidad más tosca. Se sintió incómodo recorriendo
la columnata de monstruos hasta la entrada, malhumorado al sentarse en las
sillas con patas desiguales y casi diría que ansioso por marcharse. Y sin
embargo, es un gustazo leer la malévola inquina con la que describe los sátiros
alados con cabeza de mujer, la puntillosidad con que perfila los contornos del
palacio para convencernos de su horror.
En 1984 el fotógrafo Ferdinando Scianna retrató a Borges en
Villa Palagonia. Está sentado en un banco de piedra, con el gesto extraviado
del que ha perdido hace tiempo las referencias físicas del mundo. Me pregunto
si Borges necesitaba realmente moverse de Buenos Aires para viajar. ¿Por qué
querría llegar hasta aquí, pasear por estos salones vacíos, por estos senderos
de grava? ¿Acaso podía encontrar algo más de luz en esta brisa tenue que
recorre los jardines que en las palabras de Goethe?
La Villa, mordisqueada por el tiempo, la especulación
urbanística o vete a saber qué, ha sido engullida por una de las arterias
centrales de Bagheria. No hay ni rastro de la columnata de entrada que tanto indignó
al Goethe ni de los extensos jardines que la rodearon. Figuras insólitas
coronan los muros que rodean la propiedad sobre un fondo de antenas de tv,
casas desconchadas y balcones con ropa tendida. Unas construcciones bajas
abrazan en forma de semicírculo al edificio central. Música de radio, una
sombrilla multicolor sobre una mesa de jardín, un niño correteando recriminado
por la voz de su abuela, una manguera abandonada en el suelo… me reciben al
traspasar la verja de entrada custodiada por dos enormes enanos. La villa no es
muy grande, ni encuentro nada sobresaliente en sus salones vacíos y algo
polvorientos, aunque resulta agradable el silencio, el ambiente atemporal de
cascarón hueco, la sombra de los árboles supervivientes. Sobre
el dintel de una puerta que da paso a la sala de los espejos leo: Magnificenza singolar contempla, fralezza
mortal l’imago espressa. Algo así como: contempla la singular magnificencia
de este lugar en el que verás reflejada toda la fragilidad del ser humano.
No dejo de pensar en Borges, sin poder ver ni verse en estos espejos, sin poder complacerse en los infinitos Borges que lo rodearían como en el enigma del mejor de sus cuentos.
No dejo de pensar en Borges, sin poder ver ni verse en estos espejos, sin poder complacerse en los infinitos Borges que lo rodearían como en el enigma del mejor de sus cuentos.
Busco el banco de piedra en el que sé que se sentó. Un hombre
en pantalón corto y cannotiera lee el
periódico. Me parece una imagen divertida que rompe con la solemnidad literaria
que me ha llevado hasta allí e intento robarle una fotografía. Pero el hombre,
alertado por el ruido de mis pasos sobre la gravilla, asoma la nariz por encima
del diario y me recrimina con aspereza. Finjo que mi interés está en el busto
que hay a sus espaldas, le muestro mi foto amputada y él gruñe malhumorado ma questo non ha valore, signora. Me
encojo de hombros y sigo vagabundeando por el jardín un rato más. Creo que el
hombre del periódico no comprende del todo que las cosas más valiosas, nunca
son cosas.
3 comentarios:
Mi queridísima amiga,gracias por el detallazo que acabo de ver ahora mismo tras un largo viaje, que por cierto,parece no acabar nunca.Gracias.Aún tengo la postal entre mis dedos junto a un capuchino.
Besos y más besos.
Sin duda, deslumbrantes tus imagenens sicilianas. Qué ganas de visitar esa zona de Italia. Parece todo tan dejado de la mano del hombre, tan imperturbable y antiguo. Maravilloso. Saludos.
FRANCISCO: Los viejos blogueros nunca mueren :)
MARCOS: Eso es exactamente, "todo dejado de la mano del hombre"... y hasta de los dioses, diría yo. Pero todo tan fascinante, tan hermoso...
Un abrazo.
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