Una tarde de noviembre de 1977,
Iosif Brodsky recibió la llamada de
Susan Sontag. Ambos estaban en Venecia y Susan se había encontrado con Olga Rudge en la Piazza di S. Marco.
La anciana violinista y compañera de
Ezra Pound, había invitado a la norteamericana a tomar el té y ella, sin fuerzas para presentarse sola, echó mano de su viejo amigo. Después de manifestar todas las reticencias posibles sobre la figura del poeta, finalmente Brodsky aceptó.
Olga Rudge seguía viviendo en la calle Querini, el domicilio que había compartido durante años con Pound, uno de esos callejones sombríos que se abren como ramas secas a través de los fondamenta.
La anciana, primorosa y delicada, apenas dieron el primer sorbo de té, levantó su dedito huesudo colocándolo sobre el surco invisible de un disco mental que repetía desde 1945. Que Ezra no era fascista, que no sabía nada de lo que estaba sucediendo, que sólo iba a Roma para unas transmisiones radiofónicas, que los americanos se equivocaban...
Ya fuese por la incomodidad de la situación o por el esfuerzo de atención que Brodsky había hecho para comprender una lengua que no era la suya, lo cierto es que el poeta comenzó a dejar volar su cabeza fuera de allí, esperando que aquello acabase cuanto antes.
Fue Susan la que paró en seco el disco:
-No creerá, querida Olga, que los americanos la tomaron con él por esas transmisiones radiofónicas, ¿verdad?
-Entonces ¿por qué? -respondió la anciana.
-Por el claro antisemitismo de Ezra -recalcó Susan con firmeza.
Entonces el dedito huesudo de Olga volvió a alzarse con sigilo colocándose sobre la cara B del disco. Terminado el té, ambos salieron a la calle, giraron a la izquierda y en unos minutos respiraron el aire fresco que corría por el Fondamenta degli Incurabili.
Esta es una de las interesantes anécdotas que Iosif Brodsky cuenta en el libro del mismo título. Escrito tras una invitación del Consorcio Venezia Nuova y como edición limitada, se difundirá para toda Italia en 1991.
El librito está concebido casi como un poemario, con pequeñas secuencias narrativas que se van extendiendo aquí y allá, como los miles campi de ese lugar inexplicable, añorado hasta lo enfermizo que es Venecia.
Brodsky combina la anécdota jugosa, la reflexión filosófica, el ensimismamiento lírico, el recuerdo amoroso, la descripción sensual de canales y luces, el deseo soñado de un lugar fraguado en su memoria durante los largos periodos de alejamiento. Hasta con extraordinario sentido de humor dará una de las mejores definiciones de la ciudad que conozco. Preguntado por un grupo de japoneses en un restaurante de Nueva York sobre su afición a ir a Venecia siempre en invierno, el poeta baraja rápidamente en su cabeza la posibilidad de hilar una poética justificación, pero rápidamente lo deshecha y contesta sin más: Venecia en invierno es como ver a Greta Garbo en la bañera.
Aquí dejo el maravilloso final del libro, traducido en exclusiva por Lula Fortune: habla del agua, hoy más que nunca, Venecia no es sino agua.
Repito: agua es igual a tiempo, y el agua ofrece a la belleza su doble. Nosotros, hechos en parte de agua, servimos a la belleza de la misma manera. Tocando el agua esta ciudad mejora el aspecto del tiempo, embellece el futuro. He aquí la función de esta ciudad en el Universo. Porque la ciudad permanece estática mientras nosotros estamos en movimiento, una lágrima es la demostración. Porque nosotros nos vamos y la belleza permanece. Porque nosotros vamos directos hacia el futuro mientras la belleza es el eterno presente. La lágrima es una regresión, un homenaje del futuro al pasado. O tal vez es eso que resta arrancándole algo superior a algo inferior: la belleza al hombre. Lo mismo vale para el amor, porque también el amor es superior, también eso es más grande que el que ama.