Todavía se oía el estruendo del público cuando Luigi Tenco cerró la puerta del coche. El camerino abierto dejaba ver el ramo de flores, pomposo y absurdo, que alguien había traído poco antes, botellas vacias, ceniceros llenos y el libro de Pavese que nunca olvidaba.
El taxi embocó por calles desiertas mientras su coraje iba desapareciendo poco a poco, como el efecto del alcohol.
E poi mille strade grigie como il fumo
in un mondo di luci sentirsi nessuno
Apoyó la cabeza en la ventanilla: los edificios desfilaban velocísimos, caras desconocidas, locales estridentes, coches deportivos con muchachos bronceados, una vieja maquillada con su perro. Silencio. Cerró los ojos para no ver las miradas puritanas de la desprobación. Para verla a ella, una vez más, desnuda, delante de la ventana, envuelta en el humo de sus cigarillos, el vestido chino arrugado a sus pies. Después de todo, el hecho de haberse encontrado en París no había sido una buena idea. En cualquier otro lugar, el encuentro hubiese resultado mucho más feliz. Sin embargo, la anarquía esplendorosa de los primeros días se había quedado allí, arrugada y vacía como el vestido chino. Entre ellos, el silencio de nuevo, sin darse cuenta que la estaba perdiendo, que la había perdido para siempre.
E non capirci niente
e aver voglia di tornare a te
El coche se paró después de unos minutos y las luces del Savoy se encendieron y apagaron sobre su cara inexpresiva:
-Hemos llegado, señor.
Y ella desparece. Vuelven los gritos, el sonido lejano de la orquesta, la voz confusa que no consigue decir nada.
Sin responder se baja del taxi. Sin palabras pide la llave de la 219. Y sin abrir los labios cierra la puerta a todo aquello que nadie entendía, algunas veces, ni siquiera él.
La ciudad, el mar lejano llena las ventanas de la suite, mientras él busca algún tipo de indiferencia para no dejarse ir. Busca un tiempo en el que una palabra bastaba para sentir la risa acogedora de los amigos. Quizás el perfume de aquella muchacha generosa y bellísima, una noche cualquiera de borrachera y llanto. Tal vez, la piel quemada por el sol en los días de verano, en los larguísimos veranos de la infancia que no terminaban nunca.
Sin responder se baja del taxi. Sin palabras pide la llave de la 219. Y sin abrir los labios cierra la puerta a todo aquello que nadie entendía, algunas veces, ni siquiera él.
La ciudad, el mar lejano llena las ventanas de la suite, mientras él busca algún tipo de indiferencia para no dejarse ir. Busca un tiempo en el que una palabra bastaba para sentir la risa acogedora de los amigos. Quizás el perfume de aquella muchacha generosa y bellísima, una noche cualquiera de borrachera y llanto. Tal vez, la piel quemada por el sol en los días de verano, en los larguísimos veranos de la infancia que no terminaban nunca.
Il grano da crescere, i campi d'arare,
guardare ogni giorno se piove o c'è il sole,
per sapere se domani si vive o si muore.
Las luces parpadeantes en la distancia parecen teatros atestados. Sonrie. Coge un folio del escritorio, el nombre del Savoy, con la habitual elegancia inglesa, puede leerse en el margen. Se sienta y comienza a escribir. Apenas en la treintena, había comenzado a envejecer.
E un bel giorno dire basta e andare via.
La Walter PPK estaba en el cajón de la mesa. Pequeña y robusta, dulcemente amiga.
Ciao, amore
ciao...
(Luigi Tenco se suicidó después de haber cantado -bajo el efecto de una botella entera de grappa- en el Festival de San Remo la canción Ciao amore, ciao. Su interpretación desafinada obtiene treinta votos de los novecientos disponibles.)
2 comentarios:
No se por que, pero todos los grandes, acaban de esta manera...¡una pena!¡creo que el mundo ni los entiende, ni ellos estan hechos para este mundo! un beso
Esta entrada le dediqué el 21 Nov de 2008 a Luigi tenco. Todo un mito, uno de mis iconos.Cada vez que veo su foto, como es en tu blog hoy, me entran ganas de llorar.
http://pilarsmp.blogspot.com/2008/11/hoy-no-es-20-n.html
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