lunes, 10 de octubre de 2011

AULAS

Blanca es ciega. Se sienta en la primera fila con un ordenador portátil que lleva a todas partes. En el silencio de la clase, se oye su tecleo frenético pendiente de una voz mecánica que sale de los auriculares. Antes llevaba gafas, ahora ya no. Sus globos oculares son una masa gris, redonda e inútil. Cuando escucha o pasa sus dedos por los enormes libros de hojas blancas y punteadas de braille, busca con la cara la tibieza del sol en la ventana. Tal vez imagina qué podría ser la luz.
Penda está sentada a su lado. Ha mejorado mucho con el idioma y se aplica con una seriedad infantil que casi conmueve. Pero le cuesta entender muchas cosas, el mundo se amplía para ella a una velocidad vertiginosa, cruel. Las dos se ayudan mucho, aunque hablan constantemente, se ríen y se pelean con algarabía. Tengo que ponerme serio, tratarlas como al resto de sus compañeros y amenazarlas incluso con que voy a separarlas. Pero nunca lo haré. Son dos conchas defectuosas que el mar arroja a la orilla. Penda le enchufa el portátil, la lleva de aula en aula, le da conversación en el recreo y Blanca le pasa los trabajos al ordenador, incluso olvidándose de hacer sus propios deberes.
A su lado están los dos gemelos. Con el tiempo han ido diferenciándose un poco: uno lleva el pelo muy corto y otro muy largo y rizado; uno lleva camisetas con calaveras y otro de baloncesto; uno es desordenado y otro muy ordenado... pero nunca se separan. A pesar de sus diferencias, parece que no encontrasen mejor cobijo en la vida que su proximidad genética. Siempre tienen la mano levantada, siempre quitándote la palabra de la boca. Sus cerebros son como esos mercadillos de anticuarios donde se amontonan baratijas y tesoros que nadie se molesta en ordenar.
Detrás, tumbado en la silla, con la riñonera atravesada en el pecho, un pendiente brillante en la oreja, un piercing en el labio y la gorrilla echada hacia atrás, está David.
Dora se sienta un puesto más atrás. Parece mirar hacia delante con atención pero en realidad aguza el oído hasta que oye el run run de la moto de su novio que viene a verla todos los recreos. Se besan a través de la verja durante treinta ininterrumpidos minutos.
Nico sigue con su mirada huidiza e insondable. Con ese apartamiento extraño de la vida y de las personas que lo hacen candidato a cualquier reacción inexplicable. En la mesa, su colección intocable de insectos disecados. A su lado, Miguel llena el cuaderno de dibujos manga, todos iguales, con obsesiva perfección de orfebre. Delante, los hermanos colombianos flotan en un mundo que no comprenden. Llevan ya varios años en el país, pero siempre parecen recién llegados, como si su nave espacial acabara de aterrizar en el planeta.
Los miro uno a uno, con atención, con cierto desánimo y bajo la mirada al libro. Hoy debería elegir entre Morfemas flexivos o las desventuras del joven Werther, sin embargo, comienzo a hablar del otoño y de la melancolía.

A veces creo que son como esas camadas de gatos que pueblan los solares abandonados. Y yo, el viejo loco que les coloca cada día un plato de leche sobre los escombros.
Recibe un fuerte abrazo, mi querida Lula.
Lucas Tanner

5 comentarios:

cronopia dijo...

Lucas, te adoro. Ojalá todos los profesores tuvieran esa sensibilidad

Eduardo Baamonde dijo...

En algunas camadas también te encuentras con gatos epilépticos, con gatos hiperactivos, gatos con baja tolerancia al fracaso y -cada vez más abundantes- gatos objetores hasta de ser felinos. Nos estamos convirtiendo en viejos circos en los que de domadores, pasamos a magos, acróbatas o payasos según tercie el número. Seguiré practicando el triple salto.

Licantropunk dijo...

Fantástico.
Saludos.

David dijo...

Estas entradas de Lucas son tremendas (por lo buenas que son, claro).

portovello dijo...

Voz en "off".Cámara cenital en ángulo,sobrevoando.
¡¡¡Que autenticidade sempre nos teus guións!!!
Perfecto.