sábado, 1 de septiembre de 2012

ESTAMPAS GRIEGAS 2



PLAKA
La noche de Atenas recibe siempre con un cálido abrazo. Bajando la colina de la Acrópolis se percibe una euforia invisible, contagiosa y alegre que se extiende por las abigarradas calles de Plaka. La brisa de oriente asoma la cabeza llena de flores por encima de las tapias de las casas. Hay tantas flores por todas partes: matorrales blancos o púrpuras estallan hasta en el callejón más triste. Olivos, acacias, jazmines... se convierten en los personajes mudos de un paisaje irrepetible. En cualquier esquina puede aparecer un rincón especial, un pequeño restaurante solitario alejado del fragor turístico. En cualquier dirección hacia la que dirijas tu vista aparecen infinitas huellas de un pasado remotísimo que es fácil reconocer.






Huele a souvlaki, a kebab, a leña quemada, aunque a veces, todo se lo lleva un tierno aroma de canela... La música sale del interior sofocante de las tabernas y se mezcla con mil algarabías humanas. Una música ratonera, de fiesta, que puede convertirse unos metros más adelante en el melancólico acento del bouzouki acompañando una voz desgarrada y triste. Tiendas de artesanía, de ropa, anticuarios llenos de reliquias falsas conviven con joyerías de lujo, peleterías de dudoso gusto y negocios inclasificables.







La calle Pandrossou es, efectivamente, fea y vulgar.  Está llena de mercachifles y huele a cuero de zapatos y a cocina, como dijo el poeta. Aunque también en ella es terriblemente fácil dejarse arrastrar y amar la vida.





Y después de una tarde sofocante, sentarse en la calle Adrianou a la sombra de un árbol, tomar una cerveza griega con aceitunas negras, elevar la vista hacia la Acrópolis y sentir, por un instante, que de todos los lugares donde el mundo se muestra hermoso e insólito, tú estás en uno de ellos.


2 comentarios:

David dijo...

Dando envidia 1 y 2.

Eduardo Baamonde dijo...

Un lunes de agosto
después de un año atroz,
la calle olía a bonito,
Moscato y risas golosas
de inactividad.