Vosotros conocísteis la generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestres recogísteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
(...)
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable más allá de su misma apariencia.
(...)
Allí vivísteis. Allí cada día presenciásteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas.
(...)
Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos
dorados, recientes, de la vida,
del sol, del amor, del silencio bellísimo.
No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba
magia de plumas.
(...)
El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.
Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.
Aleixandre
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