miércoles, 9 de febrero de 2011

JOSHUA


Estaba allí sentado, con la mirada perdida en la pared, delante de una montaña de hojas arrugadas. El Aula de Atención Educativa estaba siendo habitual para él en los últimos tiempos. Ese nombre siempre me ha parecido una redundancia o un eufemismo. Una redundancia porque se supone que en todas las aulas de un centro de enseñanza se atiende educativamente a los alumnos. Y un eufemismo porque para abreviar, todos la conocen como aula de castigados.
"¿Qué has hecho, Joshua?, le pregunté y él me respondió encogiéndose de hombros sin levantar la vista: "Nada". Y lo más triste de todo esto es que no mentía, Lula, decía la verdad de una forma descarnada y dolorosa.

Sabes que me enfado mucho cuando veo esas películas cuyo argumento es la heroica vida de un profesor en medio de un aula de matones descerebrados, aspirantes a asesinos en serie, que se salvan milagrosamente en el último minuto con un soneto de Shakespeare. Pero a pesar de mi enfado y a pesar de la zafia superficialidad con que se trata ese tema, siempre descubro en algún resquicio la rebeldía adolescente de quien se siente fuera del mundo y no se conforma.

Dirás que algo le ha pasado a tu viejo profesor, que debo estar perdiendo el juicio si te digo que me sentiría mucho mejor si Joshua se rebelase. Si algo de ese tópico del adolescente conflictivo y rebelde brillase en su mirada, incluso el odio me serviría como prueba de vida. Pero no encuentro nada de eso en el gesto ausente de tantos joshuas con los que me cruzo a diario.

No puedo imaginar qué vida se esconde detrás del chándal desgastado y raquítico que trae todos los días, ni de qué carencias es testimonio su libreta de anillas carcomida. No quiero saberlo. Pero qué puede llevar a un adolescente inteligente, que no puede callar la respuesta correcta la mayoría de las veces, a ocultarse del mundo en una apatía dócil y triste.
Cuándo yo le preguntaba sobre todas estas cosas, mientras intentábamos ordenar su libreta, de sus ojos pequeños y redondos, brotaron dos lágrimas gordas que no se molestó en apartar de la mejilla: "¿Para qué, profe?" fue su única respuesta.
Para qué luchar, para qué creer que hay alguna esperanza, algún lugar en el mundo para él. ¿Qué puede hacer Shakespeare con el témpano de su existencia? ¿Qué extraña sabiduría le lleva a no soñar para no sufrir día tras día la misma decepción de la vida? ¿En qué mundo estamos viviendo, Lula, cuando algunos adolescentes crecen con alma de viejos desahuciados para la esperanza?

Y al verlo alejarse por el pasillo con su destartalada libreta debajo del brazo, se me vino una imagen que leí - en algún libro de Durrell, ya no recuerdo- en la que se decía que no había nada más triste y desolado que la belleza de una flor abandonada en la ventana de una fábrica.
Un abrazo.
Lucas Tanner


2 comentarios:

David dijo...

Joder! No sé qué decir... o más bien sí.
Ahora no encuentro las respuestas...o serían muchas... pero perderían sentido dichas aquí, supongo.
Me has emocionado con este post. En fin...
Un abrazo...

Francesc Cornadó dijo...

Inquietantes huellas rojas.
salud
Francesc Cornadó