domingo, 27 de febrero de 2011

NORDÉS


Hoy soplaba norte sobre Citroën sur Mer. Los mástiles de los barcos anclados en el pantalán del Naútico emitían un extraño tintineo: el viento hacía chocar las amarras y miles de ruiditos metálicos de piezas cuyo nombre desconozco llenaban el silencio del paseo. El viento norte deja siempre un cielo limpísimo y un escalofrío en el cuerpo. La ciudad estaba casi vacía. Sólo los parias sin segunda vivienda junto al mar calentaban sus huesos en la terraza de algún bar: noctámbulos de retirada detrás de unas gafas de sol, viajeros extraviados, parejas extrañas, inmigrantes, vagabundos, una anciana triste, un niño gritón... y yo.
Entre trago y trago de cerveza hojeo un libro de Capa que venía con la prensa dominical. Fotografías de guerra que parpadean bajo mis manos, rostros y miradas que me observan desde un más allá paralizado en la belleza. Sí, me enamoraría de Capa, seguro.

Se hace tarde y camino hacia casa. Vivo en la única calle de la ciudad que tiene naranjos. Muchos consideran un prodigio extraño que tan al norte crezcan azahares que inunden de anómala belleza una urbe tan salvaje.

Hoy, el prodigio era una tierna promesa de futuro.

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