Sólo queda emprender el camino hacia el río en busca de algo de brisa y algún vestigio de civilización. La llanura del paisaje padano se extiende ante los ojos hasta rozar la exasperación, aunque al poco tiempo de pedalear agradeces la suavidad de sus caminos, el día nublado y la melancólica quietud de sus arboledas. Por momentos creo oír una débil música y la voz bronca de Olmo Dalcò.
El Po es un río inmenso y amarronado, el color de la tierra impregna sus aguas turbias y la poca profundidad va dejando arenales, meandros de barro y hierbas. Todo adquiere un aire pantanoso e insalubre y no resulta difícil imaginar las nieblas invernales.
A lo largo de sus orillas había algunas barcazas amarradas, restaurantes flotantes y pequeñas embarcaciones de pesca con sus cañas clavadas en la proa.
De vuelta a casa, sólo el anochecer es capaz de romper el maleficio. El tenue murmullo de la piazza se va convirtiendo en risas, conversaciones y voces humanas que avanzan hacia la vida como la corriente imparable del Po.
2 comentarios:
Querida Lula, regreso de los días cálidos y me encuentro con tus comentarios y tus fotos magníficas, Ferrara, Bolonia... yo también anduve por estas tierras antiguas, no más allá del Arno.
Salud
Francesc Cornadó
Italia nunca se termina ¿verdad, Francesc? Un abrazo.
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