Muchas veces me he preguntado dónde radica mi atracción por este país, dónde está la esencia, si puede llamarse así, de Italia. ¿Es la historia, el arte, la música? ¿Es la comida, la luz, el aire, el paisaje, el idioma, las personas...?
Porque Italia es llegar a Módena y encontarse la catedral más hermosa del mundo envuelta en papel de periódico. Es quedarse prendida en el atardecer de Siena y rectificar de opinión casi al instante.
Es comer pizza al taglio sentada en un portal. Es, también, encontrar el resguardo de la muchedumbre en un vaso de prosecco helado, en un café shakerato, en un spritz. Es encontrar el patio tranquilo de una trattoria veneciana, una terraza desierta en las primeras horas de la tarde, una noche de estrellas en la piazza Ariostea de Ferrara.
Es encontrar personajes increíbles para imaginar vidas posibles. Es buscar la literatura en los lugares donde nunca estuvo, reconocer la historia en los disparos del olvido.
Es decir de aquí no paso, aquí me quedo y un minuto después, correr al duomo a esperar a la contrada ganadora del Palio, emocionarse y llorar, dejarse arrastrar por el torrente humano, ensordecer con los tambores, mirar la cúpula y creer que estás tocando el cielo.
Es creer que el tiempo se ha parado; es la belleza, el detalle, la dignidad, el gesto melancólico, la sonrisa burlona y la zafiedad del presente.
Es el vértigo de la perfección, la pequeña ocurrencia, las colas de los Uffici, las colas del Vaticano, las colas... es una calle desierta en ferragosto por la que caminan tres extracomunitari bajo el calor africano.
Es leer y sonreír, mirar la vida con ironía, comer pasta, pasear gelati, caer en tópicos, romper esquemas. Aprender que una escarapela rosa en una puerta anuncia niña, que un furbo es un italiano caradura, que te timará el taxista, que te acojonará el carabiniere.
Italia son los ojos azules de Susanna y su generosidad sincera, es la sonrisa contagiosa de Tamara, son Ruggiero y Emmanuela despidiéndose a la puerta de casa, es Laura Linoli y su frittata de zucchini en Anzio, es Dante y el olor del aceite en su bodega...
Es decirle adiós a Venezia desde el último tren de la tarde. Es mirar hacia atrás en la Piazza del Campo, y ser consciente de que dejo atrás una parte importante de lo que soy, un trocito de mí que tal vez no recupere nunca.
Es terminar este post de una maldita vez y llorar tranquilamente de nostalgia y de rabia.
4 comentarios:
Comparto lágrimas.
Tu Sailor.
Lo he leido ya cinco veces, y sigo suspirando. Insuperable
Si que tiene delito lo tuyo con Italia. A mi entender , tienes el "Sindrome del Nido Equivocado ", que viene a ser un pequeño trastocamiento de percepción física y mental, en base del cual uno se identifica con una tierra o un lugar y lo llega a querer como si hubiera nacido allí , incluso por encima de su lugar natal original , con todas las manifestaciones emocionales consiguientes , vease nostàlgia , euforía etc...
Lo sé porque servidora que nació en su dia allá por les terres de Ponent ,tambien lo padece el trastocamiento ese . Y así te cuento que aparecí una tarde de veraneo de hará unos treinta años por esa isla balear que me arrebata y a los cinco minutos supe que yo pertenecia allí...simplemente ..a la cigüeña le dió por volar un rato más y cruzarse el Mediterráneo tierra adentro..
MK: sí, creo que tengo esa disfunción...estre otras. O será que ese hacerse preguntas me ha llevado siempre más allá de muchas respuestas: ¿por qué voy a tener que amar una tierra en la que no encuentro nada, simplemente por el hecho, meramente accidental, de haber nacido allí? ¿No es más lógico que uno elija su lugar en el mundo, sus amigos...e incluso qué bien estaría poder elegir las cuñadas, verdad?
Besos, consuegra... qué ganas tengo de echarme unas risas contigo en esa isla maravillosa... o en una trattoria italaiana.
Besos Anónimo, y Mónica... hay que ver... joder... qué mal nos está sentando el otoño...
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