TERGIVERSACIÓN

Nada, aquella tarde, parecía presagiar la desgracia. Me encaminé hacia el centro comercial más contenta que unos cascabeles. Había llegado el momento de comprobar los frutos de la odiosa Operación Bikini.

La planta de baño era una kermesse de colorido, formas, estampados: ¿braga brasileña, tanga o coulotte? ¿sujetador de bañera, de cazoleta o de "quesito"? Un excitante mundo de posibilidades requería mi atribulada decisión.

Alejándome de lentejuelas, abalorios y modelitos country, me decanté por un par de ejemplares de sobria y favorecedora elegancia. Y allá que me fui, al probador de señoras, inocente y desprevenida como una niña. Alguien debería advertirlo en la entrada: "Las imágenes reflejadas pueden herir la sensibilidad de los clientes". Efectivamente, allí te ves tú, bajo una despiadada luz fluorescente, más blanca que la teta de una monja, acaparando todas las imperfecciones y flaccideces del mundo, con la braga por debajo del bañador (Nota a los varones: no está permitido probar "al natural") ¡y con calcetines! Para llorar.

Una debería comprarse los bañadores al final del verano, cuando la piel reluce en un precioso bronceado, cuando los músculos torneados se tensan en una atractiva silueta, cuando el pecho cimbrea con firmeza tras los baños en el agua helada del Atlántico.

Es en ese momento del verano cuando no hay tanga brasileño que se te resista y hasta te atreves con una enorme pamela.

Lo de antes, es puro masoquismo, autoflagelo inútil, pérdida de la autoestima y absoluta tergiversación de la realidad.

¡Vamos!