Desde la ventana de su despacho, se ve la pequeña iglesia de Santiago: piedras húmedas, escaleras verdecidas en el silencio de la parte vieja de la ciudad, solitaria, encantadora y adormilada.
Y me imagino a doña Emilia, en una tarde angosta de este invierno gallego que me taladra, ensimismada en su ventana, con la cuartilla a medio escribir en aquel lejanísimo 1888:
6 comentarios:
Ay, estas mujeres gallegas... y la lluvia... y el amor...
Ciertamente, los dos santos de piedra, mirándose inmóviles el uno al otro por toda la eternidad, son conmovedores, aunque a veces no hace falta ser de piedra... ni santo, para sentir algo parecido.
Un abrazo desentumecido y sin verdín.
Con esas vistas y esos muebles y esas lluvias es imposible no caer en el romanticismo...
hoy con los móviles y la tdt, no es lo mismo
ahora tengo la ventana con nieve
besitos escarchados
Ahora me doy cuenta dónde vive tu espíritu indómito.
Galicia es un estado de ánimo según dice mi amigo Angel de la Cruz...
Y hasta Doña Emilia participaba de él.
Un beso Lulita.
En la belleza de las palabras siempre se esconde la tristeza, la cima de la inspiración, y como no el imposible.
Besitos muy nostálgicos Lula, al menos para mí.
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