martes, 20 de julio de 2010

AXOLOTL SUEÑA CON AXOLOTL

Llovía. El viejo escritor permanecía atento a las palabras del editor. Un silencioso grupo de apenas treinta personas observaba con devoción escolar la mesa en la que se sentaban los oradores. Era una librería pequeña, con anaqueles hasta el techo y pequeños expositores por todas partes, en una especie de laberinto borgiano. Dos dependientas, desde el esquinado mostrador, observaban inmóviles de espaldas a la calle.

La lluvia de junio había vaciado prematuramente las calles. La luz, extrañamente invernal, despistaba a los transeúntes que caminaban, melancólicos, sin prisas, hacia sus casas.

Ella se paró ante el escaparate de la librería. Su paraguas negro y rojo proyectó una diminuta sombra hacia el interior. Nadie se percató de su presencia.

Existía en ella, desde la infancia, una tendencia a observarse desde fuera, incluso en las situaciones más cotidianas y vulgares de la vida. Superponía insignificantes plantillas literarias a los, todavía más insignificantes, sucesos del día a día. No le temblaba el pulso ni la voz cuando debía “ajustar” algún hecho sucedido para encajarlo en su plantilla. Eso no era mentir. Obviar un detalle horario, la causa de un comportamiento, invertir el orden, silenciar personajes…Omitir, recolocar detalles en el relato que tejía su mente, nunca le pareció falsear los hechos. Era la necesaria metamorfosis para que un evento olvidable, se rezagara durante un tiempo en su memoria, convertido en ese algo especial, esa cálida caricia que la literatura daba a su vida. Era una cuestión de justicia poética.

No le costó, por tanto, pensar en el viejo escritor que regresaba a su ciudad tras una prolongada ausencia. En la ventana humedecida de aquel café donde ella hojeó con desgana la prensa del día. Ese pálpito lejano que la llevó a la calle aquella tarde lluviosa, que la retuvo ante el escaparate durante un instante eterno, sin que nadie la viese. No le costó sonreir, con cierta tristeza, cuando se alejó calle abajo pensando que quizás no era ese el tiempo de recordar amores pasados.

Tal vez, recolocando los instantes, moviendo imperceptiblemente la línea de la oportunidad, el editor hubiese hecho una pausa para beber agua, el viejo escritor hubiese desviado la vista un instante, llevado por una tenue intuición y la silueta del escaparate, hurtando la escasa luz que entraba de fuera, se hubiera recortado en su memoria. Un aleteo del pasado imposible le hubiese hecho dudar otro instante eterno, mientras la voz del editor y una tímida salva de aplausos daban paso a su intervención en el acto.

3 comentarios:

Licantropunk dijo...

Efecto mariposa literario. Muy buena esta entrada.
Saludos.

David dijo...

Pues no sé... No he acabado de conectar con el texto.
Un saludo.
Me gustó más aquella que te "montaste" con una carta que yo no sabía de quién era... Y tú me querías engañar ¿te acuerdas?

Lula Fortune dijo...

LICANTRO: gracias, un beso.

DAVID: no te creas nada de lo que cuento, soy una lianta de cuidado ;)