Grupos de jóvenes vestidos de héroes manga hablan tranquilamente en grupos. Nadie parece extrañarse de nada. Tampoco ellos reparan en mí.
Me asomo al río mientras una barcaza turística con su techo de cristal y cien ojos mirando pasa lentísima. Veo las terrazas vacías en los bares colindantes e imagino un verano más animado, desprendido de esta languidez primaveral. Empiezo a sentir hambre.
Sigo bordeando el río hasta la Bertold Brecht platz. El círculo en el tejado del viejo teatro no deja de girar: Berlín Ensemble. Siento la emoción de estar ante uno de los teatros más importantes e influyentes del mundo.
El animado comedor de la StaV, justo al lado, es todo lo que necesito. Un lugar histórico en el proceso de unificación. Hay mucha gente. El sonido se eleva de murmullo a algarabía. Me resulta extraño, en todas partes reina un silencio mortal.
Salgo a la calle. Chispea un poco. Junto al metro hay un violinista rumano. Le hago una foto y cuando me alejo siento sus palabras clavadas en la nuca. No le he echado propina.
Me encamino al norte hasta llegar a Bernauer Str. Otro lugar donde las huellas de la historia no acaban de borrarse por completo.
No hay soldados disfrazados ni puestos de reliquias a un euro. Permanece en pie la antigua torreta de vigilancia y un trozo gris de muro.
Sólo la pequeña historia de los que vivieron en tierra de nadie.
Mientras camino voy fijándome en las plaquitas doradas que hay en el suelo. Son los nombres de personas que vivían allí, junto a su nombre está el lugar y la fecha de deportación. Sarah, Ida, Manja, se mezcaln a cada paso con Auschwitz, Dachau...
Todo lo que hoy constituye el encanto exquisito del barrio -sus cafés, sus tiendas- edificado sobre el hacinamiento y la insalubridad de las condiciones de vida de los obreros de principios de siglo XX.
Al lado hay un enorme café en el que entro sin pensar. Me rindo y hundo mi cuchara en el apfelstrudel tibio arrastrando un pellizco de nata mientras cierro los ojos y todos los sabores de la tarde fría, los transeúntes, las bicicletas, la música de Billie Holiday que suena, se deshacen y mezcaln en mi boca.
No queda ni un hueco sin graffitis, pegatinas, carteles. En el patio, entre barro y escombros se pueden ver algunas creaciones, formas extrñas, figuras robóticas, zoomórficas. Es como entrar en un jardín del Bosco alternativo y punkarra.
5 comentarios:
Que pasada de fotos!, yo no tuve tiempo de ver tantas cosas
Alucinando estoy!!!!!!!!!!!
Gracias por llevarme a Berlín...
Cuando vuelva, personalmente, ya sabré muchas cosas...
Precioso reportaje Lulita
Estupendas fotos, Lula!! Me han recordado mi viaje a Berlin de hace año y medio, gracias!
...quye gozada , niña!.
(te metiste ese codillo entre pecho y espalda? , de verdad? Es que tú no has empezado ya con la operación bikini??)
Me he recorrido esta entrada y las dos anteriores con un placer inmenso: el de disfrutar de una viajera en su sentido más estricto y total.
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