No tengo ninguna creencia religiosa. Y a pesar de que el tiempo ha atemperado bastante las gotas de sangre jacobina que corren por mis venas, sigo pensando que la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde.
De un modo muy simple, pues, considero que el mundo se divide entre los que creen que de alguna manera continuarán su paso por la vida en una suerte de paraíso eterno y los que creemos que con el último suspiro se acabó lo que se daba. Se me ocurre entonces que el reparto de las miserias y sufrimientos de este mundo podría hacerse de una manera más equitativa para todos.
Sería justo que los que van a continuar flotando en el limbo de una especie de SPA de lujo durante la infinita eternidad cargasen con la parte más trabajosa de nuestra estrecha, breve y pequeña existencia. Al fin y al cabo, tendrán su recompensa y nosotros no tendremos más que estos días de primavera para calentarnos el corazón. Nuestro tiempo tiene la urgencia de lo que se termina, necesitamos cada segundo para apresar las imágenes del mundo, para ensuciarnos de besos sobre la tierra húmeda. Para ellos, el tiempo sólo es la antesala de placeres mayores.
Con una sonrisa de conmiseración, deberían dejarnos pasar delante en la cola del supermercado, abrirnos paso en los atascos, cedernos los mejores sitios en el teatro, en el cine, reservarnos las habitaciones con vistas en los hoteles, las casas con balcones al mar, las gangas de las rebajas, los mejores destinos de vacaciones.
Con un gesto de superioridad podrían adelantarnos en las listas de la Seguridad Social, sabedores de que ellos siempre contarán con el empujoncito de cualquier santo para que les cure la psoriasis. Lo mismo sucedería con las oposiciones, con el acceso a los mejores puestos de trabajo, a las mejores escuelas.
Incluso podrían acaparar las enfermedades incurables, las degenerativas, las crónicas, las mentales, los sufrimientos mayores, las amputaciones, de esa forma o bien propiciarían un milagro curativo a mayor gloria de su dios o adelantarían su tránsito al paraíso.
En las catástrofes naturales, en los accidentes aéreos, en los choques de trenes, deberían presentarse triunfantes como voluntarios para el deceso. En las guerras deberían arrancar el fusil de manos de los ateos, deberían abrirse paso a codazos entre la muchedumbre del mercado para abrazarse al integrista suicida que les propicirá, de la forma más heroica, un viaje low cost al más allá.
Creo que el mundo, en esta imposible utopía, seguiría siendo igual de absurdo, igual de incomprensible. Pero por un breve instante podría parecerme un poquito más justo.
9 comentarios:
Buenas Lula! me has hecho sacar una pequeña sonrisa, con lo mal que ha empezado el día tras leer la noticia de la muerte de Dio...
saludos!
Totalmente de acuerdo, Lula. Ninguna eternidad después de "esticar o pernil", sólo eso: nada.
Me ha encantado el humor que conforma tus palabras.
Un saludo.
Creoque de cando en vez está ben escoitar que es unha persoa fantástica,unha muller guapa que fai un gran traballo e permite que as cousasflúan para a xente que queres e que, anque non sexas sempre consciente,es moi importante, moi querida e moi valorada por moitas persoas.
Marabilloso comentario, :)
Noraboa por este pos tan in. De trazo seguro e coas pinceladas xustas de ironía e coloquialidade. Estou desconcertado: foi antes ou despois da comida en Santiago?
Bicos.
¿El tiempo ha atemperado qué? Ja, ja: el texto desmiente el prólogo. Buen texto, eso sí.
Saludos.
Me ha encantado tu entrada, amiga Lula. Muy buena. Yo soy de los tuyos, de los que creen que con el último suspiro se acabó lo que se daba. Y en cuanto a ese mundo mejor, lo veo difícil, muy difícil.
un saludo de un creyente de tus palabras
Fantástico post, Lula. A ver se pagan eses devotos tamén as entradas para ver a Sting na Toscana, que xa vai sendo hora.
pois así é, efectivamente Luliña, un bico.
Gracias a todos por vuestras palabras. ¡Caray! ¿quién necesita abuela teniéndo estos comentaristas tan agradecidos?
Un besazo.
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