Cuando el dinosaurio desapareció, ya había anochecido.
Se fue igual que llegó, misteriosamente. Apareció de repente en mitad del salón de casa, como surgido de la nada, de la misma manera en que llevaban apareciendo extrañas cosas durante la última semana por todos los rincones.
Cuando se materializó frente a mí, me quedé pálido y mi corazón se arrugó, pero tuve la destreza de deslizarme sigilosamente a sus espaldas y esconderme en el viejo armario de mi abuelo, en el que he estado enclaustrado las últimas horas. Cuando me creí nuevamente solo, abrí sigilosamente la puerta, asomando mi cabeza por el hueco y pude ver a qué se debía todo ese ruido que me llegaba del exterior, de ese forzado presidio en el que me encontraba. Todo estaba prácticamente destrozado y, además, lleno de heces de descomunal tamaño.
La boca se me hizo pastosa ante la angustia que me sobrevino al pensar en todo el trabajo que tenía por delante para arreglar aquel desastre, así que decidí quitarme esa sensación incómoda con un trago de agua fresca.
Cuando abrí la portezuela de la desvencijada nevera, de su interior comenzaron a salir decenas de personajes famosos a un ritmo vertiginoso: Jesucristo con una toga de lentejuelas, bailando claqué junto a doce vedettes que seguían con gracia su divina coreografía; Luis Buñuel domando a un perro verde con acento andaluz y un enorme bigote; los Hermanos Lumière rodando, con su primitiva cámara, unas filminas pornográficas de Marilyn Monroe que harían las delicias de todo un país; Alesteir Crowley a lomos de un dios primigenio de Lovecraft, haciendo trampas para ganar su imaginaria carrera y haciendo lo que quería, pues esa era su única ley; irrumipió también Boris Vian escupiendo sobre las tumbas que iba encontrando a su paso y le asestó una colleja a Hitler, que se encontraba disfrutando de un placentero baño de espuma mientras jugaba con el patito de goma de Epi; se presentó un marchito y decrépito Papa, acompañado de su cohorte de cachondas beatas, solicitando fondos para sus guateques; vino Alfred Hitchcock, desnudo y portando una película rubia como la de Madeline en Vértigo; aparecieron David Lynch y David Cronenberg jugando una partida a la oca, sentados sobre la espalda de Kenneth Anger; un grupo de cerdos, muy enfadados y alzados sobre sus cuartos traseros, portaban pancartas en las que exigían que Orwell se retractase de lo que había escrito sobre ellos; la Madre Teresa de Calcuta surgió de entre los yogures, con un balón en los pies y le hizo a Pelé un milimétrico y calculado pase con su pierna derecha; vino Borges con las manos llenas de arena, fina arena de playa, con las que pretendía fabricar hojas sobre las que escribir su nuevo libro...
Cuando cesó el contínuo ir y venir de ilustres personajes, mi sed ya se había disipado. Y, además, el dinosaurio volvió a aparecer.
5 comentarios:
No se equivoque, querida Lula, el placer y el honor es mío.
Un saludo
Me encanta
Saludos a ambos
;)
original, con muchos datos. Me ha gustado mucho. Salu2
Ja, ja, ja, querido Crowley has metido en la nevera todos tus más y tus menos. ¡Un surrealista y magnífico desfile!
Enhorabuena a la dueña de la casa y al visitante.
Un abrazote a ambos.
Creía que esto debía ser breve (ja,ja).
Me ha gustado el relato. Hombre, en el momento en el que empiezas a enumerar pierde un poco comparado con lo anterior, pero como dicen por aquí, original, sin duda. Más desarrollado que el de Monterroso.
Un saludito a los dos.
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