Me cuesta mirarla sin pensar lo mucho que el destino se cebó con ella. Parece no darse cuenta, en su simpleza, de todo lo que significa cada uno de los ángulos que la definen. Quizás algún dios de esos en los que ella cree, en el último instante, le dejó el entendimiento a medio hacer, porque de otra manera no hubiera soportado todo lo que se le venía encima.
Es de esa gordura fofa y bamboleante que se arrastra con fatiga. Siempre lleva chándal, estirado, roto, con infinitos lamparones de antigüedad y procedencia diversa. Tiene media cara y parte del cuello quemado y un bigote largo y negro. En el labio superior lleva un piercing rodeado de mocos secos.
Un día en el curso pasado, salí pronto y me la encontré en el autobús. Había pedido permiso para irse; siempre le dolía la barriga cuando le mandaban escribir algo. Tenía que ir al Centro de Acogida donde le daban la comida y le controlaban que hiciera los deberes. Es un decir, porque jamás llevababa nada en las manos, ni mochila, ni carpetas. En clase, cuando no tenía más remedio y lo de la barriga no le funcionaba, miraba los cuadernos con el ceño fruncido, con desconfianza; ni siquiera pasaba las hojas.
Aquel día, en el autobús, se sentó a mi lado y me contó que tenía un prometido de 22 años y que se iba a casar en cuanto lo soltaran. Yo le dije que era muy joven, que con 14 años eso era una barbaridad. Ella me sonrió.
-Mira, señor Tanner -dijo enseñándome un medallón de plata con su foto dentro.
Allí estaba el mismísimo Camborio, desposeído de toda su aura mítica, por supuesto, o por lo menos todo lo que tres años de cárcel pueden desmitificar.
-Se me rompió la cadena. Es mala. Tengo que comprar otra. Vivo con mi abuelo. Tengo una hermana pequeña. Se llama Shakira. Es muy guapa. Dicen que se parece a mí. Te voy a traer una foto, señor Tanner.
Tuve que avisarla de su parada y se bajó sin despedirse siquiera, bufando como un horrible hipopótamo. Y yo me quedé allí, sin apartar la vista de su imagen, sin poder hacer nada, como siempre.
Me preguntas, querida Lula, cómo me enfrento al próximo curso... supongo que con la jodida y maltrecha esperanza de siempre.
Un abrazo.
Lucas Tanner
2 comentarios:
Bueno, entiendo perfectamente lo que dice el señor Tanner. Yo también creo que el Dios en el que cree debió dejar alguno de sus sentidos anestesiados a perpetuidad. Yo conozco alguna que otra Jessi pero no sigo que me pongo a llorar. Y te prometo que no es broma.
Me ha encantando tu post y como lo has desarrollado
Un besito
A mí también me encantó cuando lo leí ayer, pero no sabía ni qué decir... Si no escribí nada es porque hay veces que prefiero no dejar comentario... casi digo más no dejándolo, me parece. Pero bueno... ya lo sabes. Los otros de Tanner me dejaron igual, que ya lo sabes.
Otro saludo.
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