8 de agosto.
Hoy hemos ido hacia el sur dejando atrás las salinas de C. y un paisaje escalofriante de refinerías y oleoductos (a veces hay que mirar debajo de las alfombras del paraíso). Daban ganas de pasar corriendo y sin respirar para sepultar en la memoria esa imagen metálica y humeante. No fue difícil conseguirlo, nos esperaban las ruinas de Nora, una antigua ciudad fundada por los fenicios en el s.VIIIa.C. que pasó a dominio romano y luego fue abandonada y olvidada tras constantes saqueos de piratas sarracenos. Son de una belleza humilde y conmovedora, las piedras erosionadas por tantos vientos y tantas luchas; los restos de mosaicos en las villas patricias asomadas sobre los acantilados; templos, foro, teatro, mercados...una vida entera en desnudo esqueleto bajo el sol de mediodía. Sólo la idea del agua templada (somos del norte) y límpida nos hizo movernos de allí.
Nos aventuramos con nuestra piccola macchina hacia el sudoeste y la Isola di S. Pietro. Llegamos a Sant'Antioco a través de un puente y la atravesamos hacia el norte para coger el barco en Calasetta que nos depositó en la única población de la isla: Carloforte. Creada por Carlo Emmanuele III, fue poblada por ligures, lo que salta a la vista nada más atracar. Las palmeras se recortan en las fachadas de los palazzi cuidadosamente pintados en los suaves colores de la Riviera: amarillos, ocres, verdes, terracotas... plazuelas recoletas con árboles y gelaterie, mercadillos artesanos y un puerto lleno de pequeñas embarcaciones.
Y al lado de este bullicio, playas semidesiertas, calas imposibles de prístinas aguas sólo accesibles en barco (Parlami d'amore, Mariù...) hasta Punta delle Colonne con sus dos enormes farallones emergiendo del mar.
Sol, sol, cigarras enloquecidas y caminos polvorientos, rocas, salitre en los labios y siempre una suave brisa que hace soportable cualquier canícula. Atrás dejamos las viejas fábricas atuneras y el cuidado paseo de Caloforte, era ya de noche y olía a yerba recién cortada cuando atravesamos los campos amarillos con enormes balas de paja, como quesos parmesanos olvidados aquí y allí. El viento cálido empezó a enfurecerse hasta convertirse en un poderoso mistral.