Quizás Irène Nemirovsky le deba a su infancia desdichada la afición a la literatura. Nacida en Kiev, en 1903, huyó de Rusia con su acaudalada familia después de la revolución del 17. Tras un periplo por varios países europeos, recaló finalmente en Francia, país en el que triunfó como novelista, vivió y fundó una familia. Un país, que a pesar de su notoriedad, jamás le concedió la nacionalidad y del que salió camino de Auschwitz para no regresar jamás.
La lectura y la escritura fueron para la pequeña Irène el bálsamo contra el abandono afectivo de sus padres, preocupados por acumular riqueza y envanecidos en la búsqueda del éxito social.
Tras su primera novela, David Golder, enviada sin nombre a una editorial que debió poner un anuncio en la prensa para localizar a la rutilante autora de aquellas líneas, el éxito literario acompañó siempre a Irène.
En 1926 se casa con Michel Epstein con el que tendrá dos hijas. En 1939, con la amenaza de la guerra sobre sus cabezas y la promulgación de estatutos sobre "ciudadanos extranjeros de raza judía", la familia se refugia en el campo. Irène, consciente y lúcida, no alberga ninguna duda sobre el desenlace trágico de sus vidas. Escribe febrilmente. Con letra diminuta, llena páginas y páginas de un cuaderno, anota reflexiones sobre la situación del país, dibuja personajes, escenas, que intentan reflejar en un fresco impagable y desnudo, la grandeza y mezquindad de los hombres.
Suite francesa es el retrato de una Francia inerte en vísperas de la ocupación, de una burguesía inconsciente, anclada en la vaciedad de sus propias creencias. Es un relato despiadado y duro, escrito con la ambición de una gran artista, con la premura de la tragedia llamando a la puerta. El 13 de julio de 1942, Irène deja sobre la mesa la sinfonía incompleta de un país agonizante. Será asesinada en Auschwitz el 17 de agosto de ese mismo año. Su marido será arrestado y ejecutado en noviembre.
Las dos pequeñas, Denise y Elizabeth, fueron acogidas en un convento y posteriomente huyeron con su niñera por todo el país en busca de asilo. Sótanos, graneros, estaciones de toda Francia las vieron pasar con la cabeza agachada y el paso rápido. En su modesto equipaje, una maleta ligera que no entorpeciese la marcha apresurada, las pequeñas arrastraron durante años, documentos, fotos, recuerdos de la familia... y el manuscrito incompleto de la novela que escribía Irène. Cuando la guerra terminó, ambas acudieron día tras día a la Gare de l'Est en busca de los ojos de su madre en los supervivientes de los campos nazis que llegaban a París.
Habían de pasar muchos años más hasta que Denise, con una gigantesca lupa, se decidiese a transcribir las anotaciones de su madre en aquella libreta. Hasta que el sonido de la inacaba sinfonía de la vida llegase a nosotros en el 2004.
Algunos dirán que sólo es literatura.