Mi profesora de literatura se llamaba Nieves. Recuerdo su risa, su gesto de falso enfado cuando le discutíamos algo. Recuerdo que le discutíamos mucho y ella se dejaba, que ocupábamos por aquel entonces un aula diminuta y fría en un colegio bien triste y mezquino. Recuerdo que sus palabras pintaban puertas en el aire, puertas por donde escaparse a otros mundos menos mezquinos y menos tristes. Hoy es el aniversario de la muerte de Alberti, su poeta preferido. Compruebo al releer sus versos, cómo ahora son sus poemas los que pintan las puertas por donde asomarse a la memoria. Los ángeles muertos al borde de los precipicios y mi asombro adolescente ante la poesía surgida de la podredumbre y la rabia. Los jinetes galopando hacia el mar, la inutilidad de las palabras cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre, el viejo poeta entrando en aquel primer parlamento de la recién estrenada democracia... ¿quién aquél? el tonto de Rafael.
Aquellas clases con la impaciencia de la vida esperándome a la salida. Este maldito otoño... y siempre, siempre, la misma impaciencia de la vida esperándome en primavera.
Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.
Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
Rafael Alberti