lunes, 29 de octubre de 2012

PUERTAS

Mi profesora de literatura se llamaba Nieves. Recuerdo su risa, su gesto de falso enfado cuando le discutíamos algo. Recuerdo que le discutíamos mucho y ella se dejaba, que ocupábamos por aquel entonces un aula diminuta y fría en un colegio bien triste y mezquino. Recuerdo que sus palabras pintaban puertas en el aire, puertas por donde escaparse a otros mundos menos mezquinos y menos tristes. Hoy es el aniversario de la muerte de Alberti, su poeta preferido. Compruebo al releer sus versos, cómo ahora son sus poemas los que pintan las puertas por donde asomarse a la memoria. Los ángeles muertos al borde de los precipicios y mi asombro adolescente ante la poesía surgida de la podredumbre y la rabia. Los jinetes galopando hacia el mar, la inutilidad de las palabras cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre, el viejo poeta entrando en aquel primer parlamento de la recién estrenada democracia... ¿quién aquél? el tonto de Rafael.
Aquellas clases con la impaciencia de la vida esperándome a la salida. Este maldito otoño... y  siempre, siempre, la misma impaciencia de la vida esperándome en primavera.


Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.
Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
Rafael Alberti


lunes, 22 de octubre de 2012

DE VITA BEATA


Carta de Maquiavelo a su amigo Vettori (1513)
En mis tierras me estoy, y desde mis últimas desventuras no he permanecido, juntándolos todos, ni veinte días en Florencia. Me levanto con el sol y me voy al bosque mío que están talando, donde paso dos horas, inspeccionando los trabajos del día anterior y conversando con los leñadores, que siempre tienen algún pleito entre ellos o con sus vecinos…
Y dejando el bosque, me dirijo a una fuente, y de allí al sitio donde dispongo mis trampas para cazar pájaros, con un libro bajo el brazo: Dante, Petrarca, o uno de los poetas menores, como Tibulo u Ovidio. Leo de sus amores y pasiones que, al recordarme las mías, me entretienen sabrosamente en este pensamiento. Tomo luego el camino de la hostería, donde hablo con los pasajeros y les pido noticias de sus lugares, con lo que oigo diversas cosas y noto los varios gustos y humores de los hombres.
Llega en esto la hora del yantar, en el que consumo con mi familia los alimentos que puede dar esta pobre tierra y mi menguado patrimonio. Después de haber comido, vuelvo a la hostería, donde con el posadero están, por lo común, un carnicero, un molinero y dos panaderos. Con ellos me encanallo jugando a los naipes o a las damas, de lo que nacen mil disputas e infinitas ofensas y palabras injuriosas, y lo más a menudo se combate por un centavo, y hay veces que desde San Casciano se nos oye gritar. Y en esta piojería he de zambullirme para que no acabe de enmohecérseme el cerebro, y para desahogar esta malignidad de mi suerte…
Al caer la noche, vuelvo a casa y entro en mi estudio, en cuyo umbral me despojo de aquel traje de la jornada, lleno de lodo y lamparones , para vestirme ropas de corte real y pontificia; y así ataviado honorablemente, entro en las cortes antiguas de los hombres de la antigüedad. Recibido de ellos amorosamente, me nutro de aquel alimento que es privativamente mío, y para el cual nací. En esta compañía, no me avergüenzo de hablar con ellos, interrogándolos sobre los móviles de sus acciones, y ellos, con toda humanidad, me responden. Y por cuatro horas no siento el menor hastío; olvido todos mis cuidados, no temo la pobreza ni me espanta la muerte: a tal punto tutto mi trasferisco in loro...

viernes, 19 de octubre de 2012

NÚMERO CINCO

No, no es Chanel.
Es el nuevo número de La Caja de Pandora que se puede descargar AQUÍ.
Doctores chiflados, científicos locos, genios incomprendidos, malvados sin escrúpulos, iluminados... y no, tampoco me refiero a la campaña electoral que nos tortura por estas tierras. Es el estimulante contenido de la aventura de un grupo de frikis entre los que tengo el honor de contarme.
¡Que la disfrutéis!

sábado, 13 de octubre de 2012

CARO MAESTRO


No es verdad eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Esa idea, no sólo le cierra la puerta al impredecible futuro, sino que convierte lo que nos queda de vida en un charco de nostalgia y un absoluto aburrimiento. Sin embargo, cuando veo películas como Il Conformista de Bernardo Bertolucci, me doy cuenta de cómo echo de menos el cine.



 El cine poesía, el cine de miradas, de luces y sombras, el cine de palabras justas, de movimientos geniales, el cine de complejidades diáfanas, el cine que se compromete con el tiempo y con la historia, el cine que se compromete con el arte por encima de todo: el cine.



Il Conformista (1970) fue uno de los primeros films de Bertolucci y al verlo otra vez después de tanto tiempo, compruebo que buena parte de mi educación cinéfila se la debo al maestro de Parma. Porque en esta cinta están, no sólo las semillas de su filmografía posterior, sino el legado de otros grandes como Passolini, Visconti o Fellini. Y también están el descarnado retrato de la burguesía, la absurda megalomanía del fascismo, la locura, la decadencia, la crueldad del ser humano. Está París y está Roma. Está la belleza indescriptible de Stefania Sandrelli y Dominique Sande...


Espero obtener del cine todavía muchas horas de placer y de sorpresa. Pero mientras tanto, me quedaré con la última mirada de Jean Louis Trintignant interrogando al impredecible futuro.

viernes, 5 de octubre de 2012

TÍO MIGUEL


Se ha muerto mi tío Miguel. Durante mi infancia no tuve demasiado trato con él. Recuerdo algunas cartas manuscritas en Navidad, fotos en blanco y negro de unos primos que no llegué a conocer hasta hace bien poco y referencias vagas de sus andanzas por la península, de ciudad en ciudad, de obra en obra.
Era un hombre corpulento y bruto hasta en la ternura y el cariño con los que sabía envolverte sin muchas contemplaciones. Simpático y malhablado como dicen que era su padre, al que apenas conoció.     Hoy hubiese cumplido 85 años, por poco lo consigue. Desde que murió su mujer, la dulce Matilde, que soportaba con una sonrisa la retahíla de santos del cielo que bajaban en todos sus juramentos, la vida no fue lo mismo para él. Algo tiraba de su cuerpo hacia la tierra con una mansa terquedad.
La historia de mi tío, como la de mi padre o la de mi abuelo, no es una historia especial, es simplemente la historia de unos años de guerra, miseria y soledad.
El abuelo Celestino llegó desde Espinardo, como tantos otros campesinos hambrientos, a buscar fortuna en la Barcelona de principios de siglo. Allí se casó, alquiló una casa pequeña, de planta baja y patio trasero donde ahogar la nostalgia del campo entre pitillo y pitillo. La casa se llenó pronto de niños que correteaban por las Corts entre solares y huertas. Su último trabajo fue en una metalúrgica: la Maquinista General, dedicada a fabricar armas y municiones para el gobierno de la República, en plena guerra civil. Murió en un bombardeo. La abuela Isabel, desapareció silenciosamente a los poco meses devorada por  la tuberculosis. El pequeño Miguel fue el único que la había visto escupir sangre algunos días antes.
Reconstruyo con trazo grueso la pintura del pasado que me llegó un día de boca de mi tío. Odiaba a las hermanas del orfanato que les habían rapado el pelo a él y mi padre, odiaba la voz macilenta con la que cerraban la puerta llamándoles "hijos de rojos". Pero se reía, se reía contando la felicidad con la que saltaban al patio donde las monjas tiraban la basura para darse un festín de mondas de plátano. Se reía al contar cómo todos los lunes, la avenida del carrilet se llenaba de niños esperando recoger piedras de carbón que algún maquinista de la CNT, compañero de su padre, tiraba a las vías. Soltaba sus exabruptos con mirada maliciosa relatando cómo mi padre se metía en su cama cuando tenía frío y cómo él lo dejaba, aunque amaneciese empapado de las meadas de aquel pequeñajo. Y mi padre sonreía también al oírle contar por milésima vez la misma historia. Después, se quedaban los dos en silencio, pensando en el tibio calor de familia que los envolvió a pesar de todo, aunque sólo fuese un instante.
Ayer un sol otoñal calentaba las avenidas del cementerio. Era un día luminoso y abierto, de lo más inapropiado para el dolor o el llanto. Cuando los operarios acabaron de colocar la lápida cerrando el nicho, sentí que hubiese necesitado un poco más de tiempo. Sólo un poco, para oírle contar una vez más sus historias entre mecagoendiós y dame un abrazo nenica. 
Seguro que hay un cielo para los hijos de los rojos, lleno de los pañitos de ganchillo de la dulce Matilde y mi tío estará de puta madre, por fin.

lunes, 1 de octubre de 2012

TU, MIO




Caminar por el borde de un verano, al lado del mar, mantener el equilibrio sin regresar a una infancia demasiado lejana o caer en una madurez llena de incógnitas que ningún adulto quiere desvelar:  
Lo primero que me dijo fue que buscar respuestas de los demás era como calzarse zapatos de otros, que las respuestas uno se las debe dar a sí mismo, a medida. Las de los demás son zapatos incómodos.
  

Llegar hasta el misterio de una intimidad desconocida:
El mordisco de la morena había dejado un dibujo de agujeros, una escritura clara sobre la piel oscurecida. Ella colocaba su mano justo allí y aquel era el gesto más íntimo que me había sido concedido por una mujer. Tocaba la superficie del dolor, una presión limpia capaz tanto de despertarlo como de adormecerlo. Estoy aquí, decía su mano sobre la herida, durante toda la música te acompaño lejos y sostengo el dolor  en  la mano.

Comprender a través del otro el verdadero sentido de tu existencia:
Caia se apoyaba en mi brazo y yo estaba tan cerca que tenía sus cabellos a un palmo de los ojos. Ella miraba a ratos la película, a ratos hacia arriba, hacia la noche que hacía de techo al cine. Se evadía de la historia echando la cabeza un poco hacia atrás, acencándola a la mía. Entonces yo apoyaba la frente y mientras ella abría los ojos a la oscuridad de la noche, yo los cerraba sobre su nuca. Escuchaba el latido de mi vena en la muñeca que le sostenía la cabeza. Sentía el vacío alrededor, éramos un racimo de uvas maduro que estaba a punto de ser arrancado. Pero el racimo tiembla con la llegada de los vendimiadores, la espiga vibra de dolor con el rumor de la hoz que se acerca, nosotros no, estábamos quietos y tensos esperando la mano que nos habría arrancado de aquel verano para hacer de nosotros el fruto de una cosecha.

Reconocer el mundo y el tiempo que te ha sido usurpado por la muerte y el silencio:
He crecido con tu dolor, y antes de encontrarte he pasado un año preguntándole a los libros en qué siglo estaba y sobre qué tierra pisaba. Encontrarte ha sido como el sol que levanta la piel y la áspera roca que endurece la planta de los pies. Has hecho crecer una corteza sobre la mía, me has dado la entrada en el mundo llamándome tuyo.


Intentarlo:
Batieron las ventanas, detrás de mí, voces, gritos, yo ya en medio de la calle corría a favor del viento, rápido, ligero, con la oscuridad que me cubría la espalda y un perro a un lado de la calle que me esperaba para correr a mi lado y detrás de mí explotaba un fuego que no podía corregir el pasado.
Tu, mio. Erri de Luca (Traducción: Lula Fortune)