martes, 20 de noviembre de 2012

PREGUNTA


¡Oh, mi yo! ¡Oh, vida!, de sus preguntas que vuelven,
del desfile interminable de los desleales, de las ciudades llenas de necios,
de mí mismo, que me reprocho siempre (pues, ¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),
de los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos despreciables, de la lucha siempre renovada,
de los malos resultados de todo, de las multitudes afanosas y sórdidas que me rodean,
de los años vacíos e inútiles de los demás, yo entrelazado con los demás,
la pregunta, ¡oh, mi yo!, la pregunta triste vuelve,
¿Qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh, mi yo, oh, vida?

Respuesta

Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un verso.

jueves, 1 de noviembre de 2012

MAURO

Mauro es una de esas personas que parece transitar por la tierra como una pluma: de forma ligera, imperceptible. Nada llama la atención en sus ademanes, en su físico, en su forma de vestir y de comportarse. Tiene 17 años y llegó hace un mes de Cuba. Cuando me mira desde sus ojos negros, negrísimos y enormes es como si se abriera un mar oscuro y doloroso que no alcanzo a descifrar del todo. En realidad, Mauro sólo abre esos agujeros negros que lo comunican con el mundo y aprieta los labios impotente. No he logrado arrancarle una palabra. Le pregunto por los deberes, le pregunto si sabe en qué aula tenemos clase, le pregunto por qué no tiene libro, le pregunto qué le sucede, si está bien, si necesita algo y él me responde siempre con su mirada acuosa y nocturna. He intentado averiguar algo entre sus compañeros, pero todos se encogen de hombros con desgana. Nadie le conoce, acaba de llegar y es tímido.
Hace poco supe, por una compatriota suya, que Mauro no quería venir a España. Una reagrupación familiar lo trajo a él, a su hermana y a su madre con apenas lo puesto. En la Habana quedaron todos sus amigos, su novia, los atardeceres del Malecón y algo cálido y dulce que no sabe expresar. Su padre ahora está en el paro. De los cuatrocientos euros que recibe de ayuda, doscientos cincuenta van a parar al alquiler de la casa. Una casa linda, con habitaciones, con puertas, acogedora.
Ayer lo encontré, perdido, como siempre, en la oscuridad de su silencio. Lo llevé a la biblioteca y se dejó arrastrar, manso y triste. Le enseñé los libros, las películas, los ordenadores, las revistas, los cómics... Creí que no había entendido nada, que los sonidos resonaban en su cabeza como una música incomprensible. Pero me equivocaba. Mauro abrió su ojos excesivos y musitó a duras penas: Gracias.
Nadie, nadie se merece que la miseria le arranque el don de la palabra.
Un abrazo, mi querida Lula, de tu viejo profesor
Lucas Tanner