jueves, 29 de diciembre de 2011

2012

Según Proust, "los paraísos mejores son los paraísos perdidos". Es una frase justamente famosa. Yo me permito añadir que tal vez existen paraísos todavía más atrayentes que los paraísos perdidos: los que nunca hemos vivido, los lugares y las aventuras que intuimos allá lejos - no a nuestras espaldas, como los paraísos perdidos que nos llenan de nostalgia, sino delante de nosotros, en un futuro que quizás un día, como sueños que se cumplen, conseguiremos alcanzar, tocar.
Quién sabe, tal vez la fascinación de viajar se encuentra en este encanto, en esta paradójica nostalgia del futuro. Es la fuerza que nos hace imaginar -o nos ilusiona- con hacer un viaje y encontrar, en una estación desconocida, algo que podría cambiar nuestra vida.
Tal vez uno deja verdaderamente de ser joven cuando sólo consigue echar de menos y amar nada más que los paraísos perdidos.
Mi ricordo, sì, io mi ricordo. Marcello Mastroiani
(Traducción: Lula Fortune)

FELIZ 2012 A TODOS

domingo, 11 de diciembre de 2011

BUSCANDO A CHENCHO DESESPERADAMENTE


No me gusta la Navidad. No soy religiosa, ni le tengo excesivo apego a las tradiciones. Nunca me ha tocado el gordo, ni me pirro por los dulces y digamos que soy más bien espartana en mis apetencias gastronómicas. Las explosiones multitudinarias de obligada alegría me retraen más que me contagian y confieso que le tengo alergia a los centros comerciales y a los villancicos.
No negaré en todo esto mi pequeña dosis de rebeldía personal y puede que hasta de soberbia.
Pero ni siquiera si retrocedo hasta la más diminuta infancia, hasta las fotos más desvaídas de mi recuerdo, puedo encontrar algún momento verdaderamente dichoso. Recuerdo las cartas minuciosas que escribía a los Reyes Magos: la cuidada caligrafía, el angustioso balance de mi comportamiento, la mesura en las peticiones. Recuerdo el terror que debía vencer para dejar mi carta en manos de aquel ser enorme, con joyas de hojalata y barba de algodón. Recuerdo que siempre pensaba para qué demonios tenía que escribir una carta si nunca me traían lo que pedía. Y recuerdo cómo año tras año, dejaba atrás las pequeñas desilusiones para internarme, voluntariosa, en la euforia colectiva.
Recuerdo el comedor familiar, silencioso, vacío. Recuerdo el eco bullicioso de primos, abuelos, cuñados, sobrinos, nietos, que me llegaba desde los anuncios de turrón el Almendro. Gente elegante y sonriente que volvía siempre a casa por Navidad. Recuerdo los espumillones escuálidos, enroscados como serpientes tristes en algunos muebles...
Sé que había también algunas cosas chuscas y hasta entrañables. El cartero venía siempre con postales piadosas llenas de purpurina, donde algún lejano pariente escribía las dos líneas de navideño rigor. El portero te felicitaba las fiestas con una poesía escrita en una tarjeta y recuerdo la isleta donde se colocaba el guardia urbano, llena de botellas, turrones y paquetes que los automovilistas agradecidos le dejaban al pasar.
También recuerdo la mano de mi padre que me apretaba firme en medio de la muchedumbre de la plaza de la catedral. Allí, en los puestos de belenes, buscábamos figuritas de pastores, el castillo de Herodes, algo de musgo y tal vez mi sonrisa al comprar un caganet.
Y las luces, claro. Las luces que ocultaban con su brillo de cuento toda la mugre y la miseria de la ciudad.

Salgo a la calle y me paro debajo de una enorme tela de araña de bombillas blancas. Algunas luces suben y bajan simulando gotas de lluvia, tal vez lágrimas, y recuerdo ahora otras ciudades capaces de iluminar nuestros sueños navideños por un instante. Aquella Lisboa lejana, cargada de planetas y meteoros en la subida al Chiado, no muy lejos del café donde se sentaba Pessoa o la Plaza Mayor de Madrid, cubierta de ojos multicolores donde seguiremos buscando a Chencho un año más.

Tuve que matar muchas cosas a lo largo de mi vida para sobrevivir, la Navidad ha sido la más insignificante después de todo.

martes, 6 de diciembre de 2011

WYOMING

- No me gusta cuando el cielo se pone oscuro tan temprano.
- Es lo que pasa en invierno, Roy. Los días son mucho más cortos y fríos porque la zona del planeta donde estamos queda más lejos del sol.
- Los árboles son bonitos sin hojas, ¿verdad, mamá?
- Me gusta cuando hace sol y frío. Mi piel lo agradece. Pararemos pronto. Estoy cansada.
- Yo creo que sueño mejor en invierno.
- Será porque duermes más.
- Mamá ¿tú qué piensas de los sueños? ¿son algo real?
- Claro que sí. A veces, cosas que no puedes descubrir de otro modo las descubres en los sueños.
- ¿Cómo qué?
- Hay quien opina que los sueños son deseos. Uno sueña lo que realmente desea que ocurra.

- ¿Hay algún lugar que sea perfecto, un lugar adonde irías si tuvieras que pasar allí el resto de tu vida?
- ¿Qué te parece Wyoming?
- ¿Wyoming? ¿Algún día podremos ir?
- Claro, Roy, iremos.
- Y no se lo diremos a nadie, ¿eh, mamá?
- De acuerdo, hijo, nadie sabré dónde estamos.
- Y tendremos un perro.
- Claro, por qué no.
- A partir de ahora, cuando pase algo malo, pensaré que estoy en Wyoming y que salgo a correr con mi perro.
- Me parece bien, hijo. Todo el mundo debería tener un Wyoming.Añadir imagen
BARRY GIFFORD

miércoles, 30 de noviembre de 2011

LEV NIKOLÁYEVICH

Y es que no he visto en Rusia nada tan grandioso y conmovedor como la tumba de Tolstói. Se halla este lugar de peregrinaje en un paraje apartado y solitario incrustado en el bosque. Un sendero estrecho conduce hasta el túmulo, que no es más que un cuadrado de tierra amontonada que nadie cuida ni vigila, excepto la sombra que sobre él proyectan unos cuantos árboles altísimos. Según me contó su nieta ante la tumba, los había plantado el propio Tolstói. Su hermano Nikolái y él de pequeños habían oído decir a una mujer de pueblo que el trozo de tierra donde se plantan árboles se convierte en un lugar de felicidad. Y así, medio jugando, plantaron cuatro brotes. Sólo mucho más tarde, ya anciano, se acordó de aquella promesa maravillosa y acto seguido manifestó su deseo deser enterrado bajo aquellos árboles que él mismo había plantado (...).
Ninguna cruz, ninguna lápida, ningún epitafio. El gran hombre que, como ningún otro, había sufrido por su nombre y por su fama, fue enterrado anónimamente, igual que un vagabundo encontrado por casualidad o un soldado desconocido. Nadie se ve privado de acercarse a su tumba; la pequeña valla de madera no está cerrada. Nada guarda la quietud de aquel hombre inquieto, salvo el respeto de los hombres. (...) esta tumba conmovedora en su anonimato, magnífica en su silencio, perdida en medio del bosque y rodeada sólo del susurro del viento; sin mensaje, sin palabras.
El mundo de ayer. Stefan Zweig

lunes, 28 de noviembre de 2011

CARNAGE

¿Qué ocurre cuando alguien nos arranca la máscara de civilización de un zarpazo? Pues ocurre que el mundo se convierte en un ring enloquecido donde todos luchan contra todos, donde cualquier esfuerzo por reconducir la moral, la verdad, la honradez e incluso el compromiso personal, acaba convertido en un acto patético, hilarante, absurdo y hasta angustioso.
Genial el guión de Yasmina Reza, genial la vitalidad de Polanski, genial el pulso firme con el que los actores nos despeñan hacia nuestra propia terrible realidad: "Nacemos solos y morimos solos. ¿Alguien quiere un whisky?"

lunes, 21 de noviembre de 2011

viernes, 18 de noviembre de 2011

SIGH NO MORE

Querido William, querido Kenneth...
BUEN FIN DE SEMANA

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL HOMBRE IMPACIENTE


Gracias, Ana Bande

Soy una recién llegada a Stefan Zweig. Curioseo en el vestíbulo de su obra con la emoción de saberme en un lugar prolífico, prometedor. Me reconforta comprobar que la casa es grande, diáfana, llena de habitaciones que todavía puedo descubrir. No hay demasiados lujos ni ostentaciones superfluas, en el aire flota un encantador aroma de cocina burguesa donde se amasa el pan con manos pulcras. Suena una suite de Bach que se queda prendida en viejas fotografías de fin de siglo: París, Viena, Berlín. Fotografías de trenes y viajeros que sonríen a la cámara con entusiamo juvenil.

Asomo mi curiosidad al silencio de su biblioteca donde tantos nombres desconocidos para mí intentan explicar, una y otra vez, el misterio absurdo de la existencia.
Él está allí al fondo, en el jardín, ensimismado en los arces otoñales y no me atrevo a molestarlo. Voy acumulando preguntas sin respuesta y desaprendiendo lo poco que creía saber sobre el ser humano. Observo atentamente su mirada inquieta y salvajemente viva, su tierna sonrisa de hombre bueno, por si alguna vez, dentro de mucho tiempo, acaso pueda convencerme de que no hay nada que entender.
Observo los pequeños detalles de la vida, que al final, son lo único que nos pertenece: una modesta mesilla, un vaso de agua, una pañuelo arrugado, una caja de fósforos, unas monedas, unas serenas palabras de adiós...


Antes de dejar la vida por propia voluntad, con la mente lúcida, me impongo la última obligación: dar un cariñoso agradecimiento a este maravilloso país, Brasil, que propició, para mí y para mi obra, tan gentil y hospitalaria guarida. Cada día aprendí a amar este país, más y más. En ningún lugar podría reconstuir mi vida ahora que el mundo de mi lengua está perdido y mi hogar espiritual, Europa, autodestruído. Después de 60 años se necesitan fuerzas descomunales para empezar todo de nuevo. Las que poseía fueron extirpadas en estos largos años de desamparadas peregrinaciones. Así, en el momento adecuado y obrando con rectitud, encontré mejor concluir mi vida, en la cual, la labor intelectual fue la más pura alegría y la libertad personal el más preciado don sobre la tierra.
Saludo a todos mis amigos. Ojalá les sea dado ver la aurora de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes. Stefen Zweig.

viernes, 11 de noviembre de 2011

domingo, 6 de noviembre de 2011

NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

GIL DE BIEDMA

miércoles, 2 de noviembre de 2011

RILKE

Era pequeño, no muy agraciado, la cara abotargada, ancha la nariz, como de boxeador, labios llenos, oscuros, y un bigote casi como de pega, de carnaval o broma (...).
Tenía una caligrafía clara y limpia, casi sin correcciones, y un cuaderno que llevaba en el bolsillo de su chaleco de satén negro, siempre abotonado hasta arriba como un banquero. Eso y una tendencia a hacer planes que nunca llevaba a cabo: dedicarse a la egiptología, aprender a montar a caballo, estudiar medicina... Así anduvo de aquí para allá: Alemania, Francia, Rusia, España, viajero empedernido. Después vino la guerra, y lo hicieron soldado, de refilón. En París, entraron en su casa, y subastaron sus bienes, por pertenecer a un súbdito enemigo, pequeñas mezquindades de la historia: cuadros, cartas, muebles (...).
Y cuenta la leyenda que un día, en el jardín, preparando un ramo para una amiga, se pinchó en un dedo con una espina. Y que la infección agravó la leucemia que sufría, y que de eso murió: de una espina de rosa. No se sabe si es cierto. No creo que le importara. En su epitafio dice:" Rosa, oh contradicción pura, placer, ser el sueño de nadie bajo tantos párpados"
Jesús Marchamalo

sábado, 29 de octubre de 2011

¿SE PUEDE AMAR A LA LLUVIA? (y 4)

Hay una lluvia hostil que avanza imperceptible a través del invierno. Es una lluvia cotidiana, que cae sin sorpresa ni sobresalto, sin violencia ni ruido. Va llenando los días de charcos oscuros, ocupa las horas, se adueña del cuerpo como una enfermedad terminal y nunca, nunca duerme.
Es un agua carcelaria que te cerca sin descanso en la desesperanza, que borra los contornos de las cosas, que oculta la plenitud de las islas sobre el horizonte.
Inmovilizada la vida, le resulta demasiado fácil adueñarse del futuro. Necesitamos defendernos de ella con uñas y dientes para que no se lleve también, en su turbia corriente, todos nuestros recuerdos.
No, no me gusta la lluvia cuando se queda dentro de mí.

viernes, 28 de octubre de 2011

¿SE PUEDE AMAR A LA LLUVIA? (3)


Existe un agua diminuta que se hace cómplice de nuestros sueños. Se desliza con suavidad por un cristal empañado en medio de la tarde. Es una lluvia escudo que reverbera en cada gota conjurando los fantasmas del olvido, deteniendo el tiempo en la ventana.
Nos trae en sus gotas el reflejo de los viejos paquebotes anclados en el puerto, de tierras lejanísimas, de músicas que suenan al otro lado del mundo, de espumas que acarician playas adolescentes. Es una agua furtiva y perezosa, prolífica, protectora, tierna.
Me gusta la lluvia cuando tiene las manos tan pequeñas.

jueves, 27 de octubre de 2011

¿SE PUEDE AMAR A LA LLUVIA? (2)

Hay aguaceros inesperados que te sorprenden en la inconsciencia de la primavera. Caen sobre ti en ciudades lejanas donde no tienes cobijo posible, ni casa, ni paraguas, ni siquiera zapatos. Te pescan con vestidos inapropiados, con la alegría provisoria del viajero que prende su mirada no en el cielo, sino en las esquinas de un mundo nuevo.
El agua cae con un único plan definitivo que tú ignoras alegremente en la penumbra de una taberna, ante una copa de vino. Apenas haces caso del hombro humedecido, cruzas ríos, atraviesas cascadas, te extrañas del pánico ajeno mientras sonríes sintiéndote invencible.
Pero la lluvia sabe. La lluvia conoce tu íntimo secreto y persiste hasta que te rindes al peso acuático de sus armas. Sólo entonces comprendes que tu retirada hacia los refugios secretos de la vida nunca puede ser una derrota.
Me gustan los aguaceros inesperados en ciudades desconocidas.

miércoles, 26 de octubre de 2011

¿SE PUEDE AMAR A LA LLUVIA? (1)

Los temporales tienen algo de literario sturm und drang. La naturaleza se enfurece, enseña sus colmillos de fiera incontrolable. Los árboles convulsos golpean la ventana, el viento desgarra los paisajes otoñales, el mar abre sus fauces hambrientas, el cielo profetiza catástrofes entre destellos salvajes y el agua azota e inunda nuestras vidas. Sobrecogen, intimidan, asustan y ejercen a la vez una atracción hacia el abismo, hacia la destrucción.
Una se queda temblando, con el cuerpo malherido por la lluvia que golpea con saña, que hiere. Sólo al día siguiente nos atrevemos a salir a evaluar los daños, a reconstruir el mundo con resignación, con manos temblorosas y olvidadizas. Y en la resaca de la calma creemos encontrar una nueva oportunidad para la vida.
Me gustan los temporales porque me alejan de la indiferencia.

lunes, 24 de octubre de 2011

BENITO

Galdós andaba mal de dinero. No es que ganase poco; al contrario. Pudo enriquecerse con la pluma, caso no visto hasta entonces en ningún novelista español de su categoría. Quizá era algo manirroto. Tales apuros le obligaron a escribir continuamente, hasta su muerte (1920). Llegado al rango de "gloria nacional", no se le discutía. Sus últimas piezas, aunque aplaudidas en el estreno, se sontenían poco en el cartel. Viejo, casi ciego, Galdós salía a las tablas a recoger los aplausos. Incluso salía demasiado pronto, como si su presencia apuntalase el éxito. Alto, ligeramente encorvado, vestido con un largo gabán, liada al cuello una bufanda blanca, encajados bajo la frente unos lentes negros, don Benito avanzaba por la escena como a tientas, llevado por los actores.
- ¡Ya sale don Benito caracterizado de mendigo! - dijeron una vez a mi lado.
La sala se hundía con los aplausos en viendo al veterano luchador llevarse una mano al corazón para significar gratitud.

Manuel Azaña

viernes, 21 de octubre de 2011

CAMPOS DE TRIGO

¿Será posible que alguna vez volvamos a creer en el ser humano?

BUEN FIN DE SEMANA

lunes, 17 de octubre de 2011

POR LO VISTO

Por lo visto es posible declararse hombre.
Por lo visto es posible decir no.
De una vez y en la calle, de una vez, por todos
y por todas las veces que no pudimos.

Importa por lo visto el hecho de estar vivo.
Importa por lo visto que hasta la injusta fuerza
necesite, suponga nuestras vidas, esos actos mínimos
a diario cumplidos en la calle por todos.

Y será preciso no olvidar la lección:
saber, a cada instante, que en el gesto que hacemos
hay un arma escondida, saber que estamos vivos
aún. Y que la vida
todavía es posible, por lo visto.

Jaime Gil de Biedma

lunes, 10 de octubre de 2011

AULAS

Blanca es ciega. Se sienta en la primera fila con un ordenador portátil que lleva a todas partes. En el silencio de la clase, se oye su tecleo frenético pendiente de una voz mecánica que sale de los auriculares. Antes llevaba gafas, ahora ya no. Sus globos oculares son una masa gris, redonda e inútil. Cuando escucha o pasa sus dedos por los enormes libros de hojas blancas y punteadas de braille, busca con la cara la tibieza del sol en la ventana. Tal vez imagina qué podría ser la luz.
Penda está sentada a su lado. Ha mejorado mucho con el idioma y se aplica con una seriedad infantil que casi conmueve. Pero le cuesta entender muchas cosas, el mundo se amplía para ella a una velocidad vertiginosa, cruel. Las dos se ayudan mucho, aunque hablan constantemente, se ríen y se pelean con algarabía. Tengo que ponerme serio, tratarlas como al resto de sus compañeros y amenazarlas incluso con que voy a separarlas. Pero nunca lo haré. Son dos conchas defectuosas que el mar arroja a la orilla. Penda le enchufa el portátil, la lleva de aula en aula, le da conversación en el recreo y Blanca le pasa los trabajos al ordenador, incluso olvidándose de hacer sus propios deberes.
A su lado están los dos gemelos. Con el tiempo han ido diferenciándose un poco: uno lleva el pelo muy corto y otro muy largo y rizado; uno lleva camisetas con calaveras y otro de baloncesto; uno es desordenado y otro muy ordenado... pero nunca se separan. A pesar de sus diferencias, parece que no encontrasen mejor cobijo en la vida que su proximidad genética. Siempre tienen la mano levantada, siempre quitándote la palabra de la boca. Sus cerebros son como esos mercadillos de anticuarios donde se amontonan baratijas y tesoros que nadie se molesta en ordenar.
Detrás, tumbado en la silla, con la riñonera atravesada en el pecho, un pendiente brillante en la oreja, un piercing en el labio y la gorrilla echada hacia atrás, está David.
Dora se sienta un puesto más atrás. Parece mirar hacia delante con atención pero en realidad aguza el oído hasta que oye el run run de la moto de su novio que viene a verla todos los recreos. Se besan a través de la verja durante treinta ininterrumpidos minutos.
Nico sigue con su mirada huidiza e insondable. Con ese apartamiento extraño de la vida y de las personas que lo hacen candidato a cualquier reacción inexplicable. En la mesa, su colección intocable de insectos disecados. A su lado, Miguel llena el cuaderno de dibujos manga, todos iguales, con obsesiva perfección de orfebre. Delante, los hermanos colombianos flotan en un mundo que no comprenden. Llevan ya varios años en el país, pero siempre parecen recién llegados, como si su nave espacial acabara de aterrizar en el planeta.
Los miro uno a uno, con atención, con cierto desánimo y bajo la mirada al libro. Hoy debería elegir entre Morfemas flexivos o las desventuras del joven Werther, sin embargo, comienzo a hablar del otoño y de la melancolía.

A veces creo que son como esas camadas de gatos que pueblan los solares abandonados. Y yo, el viejo loco que les coloca cada día un plato de leche sobre los escombros.
Recibe un fuerte abrazo, mi querida Lula.
Lucas Tanner

jueves, 6 de octubre de 2011

ALLEGRO

Después de un día negro toco a Haydn
y siento un humilde calor en las manos.

Las teclas obedecen. Golpean dulces martillos.
El acorde es verde, vivo y sereno.

El acorde dice que la libertad existe
y que alguien no le paga impuesto al césar.

Me meto las manos en los bolsillos haydn
e imito a alguien que contempla el mundo con serenidad.

Izo bandera haydn, eso quiere decir
"No nos rendiremos, Pero queremos paz".

La música es un edificio de cristal en la ladera
donde vuelan piedras, ruedan piedras.

Y las piedras atraviesan la casa rodando
pero todos los cristales quedan intactos.

Tomas Tranströmer
Premio Nobel de Literatura 2011

lunes, 3 de octubre de 2011

PALABRAS

Una vez leí en alguna parte una frase que decía algo así como que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestro silencio. Siempre he sido una parlanchina incurable, aún a riesgo de decir inconveniencias o ser considerada una bocazas. Como diría mi tía Carmen: "Esta niña no calla ni debajo del agua".
Sin embargo, hay veces que la melancolía te atrapa como un paisaje vacío cuyo misterio necesitas descifrar. Y te quedas ahí, frente al horizonte, embrujada por lo desconocido, un poco anestesiada ante la vida. Por no valer, no te valen ni las palabras ajenas, ni la literatura, ni los lugares comunes, ni los tópicos, ni nada.
Rebuscas en el fondo de los bolsillos una piedrecita, una moneda, un ticket olvidado, un pequeño tesoro que signifique algo, pero te das cuenta enseguida de que no hay nada que pueda mejorar ese silencio.
Y entonces consuela un poco saberte dueña de los yermos, de los desiertos, del mar, de la noche, de los amaneceres insomnes... dueña de un mundo en el que todo está por nombrar.