En 1913 el poeta Blaise Cendrars publica su Prosa del Transiberiano con ilustraciones de Sonia Delaunay. En su momento fue una publicación novedosa: rompía las fronteras entre la pintura y la escritura y su verticalidad -homenaje a la Torre Eiffel- intentaba provocar nuevas emociones artísticas en el espectador-lector. Era el fruto de una época en la que todo parecía poder romperse, en la que todo debía romperse para resurgir de nuevo. Una época en la que todavía quedaban emociones por estrenar.Cendrars debía de ser un tipo curioso. Un especimen extinto de hombre lanzado a la vorágine de la vida. ¿Qué se podría contar de alguien que a los dieciséis años se fuga de casa con un traficante, llega a Rusia en plena revolución y se monta en el transiberiano para comerciar en Asia? Un hombre que se vio obligado a cambiar su vocación musical por la literaria cuando un obús le reventó el brazo derecho. La Gran Guerra la llamaron, tiernos ignorantes del futuro:
Mil millones de individuos me dedicaron toda su actividad de un día, su fuerza, su talento, su ciencia, su inteligencia, sus costumbres, sus sentimientos, su corazón. Y he aquí que hoy, tengo el cuchillo en la mano. Palpo una fría verdad que se suma a una hoja cortante. Tengo razón. Mi joven pasado deportivo tiene que bastar. Aquí estoy con los nervios tensos, los músculos estirados, dispuesto a saltar en la realidad. He desafiado al torpedo, al cañón, a las minas, al fuego, al gas, a las ametralladores, a toda la maquinaria anónima, demoníaca, sistemática, ciega. Voy a desafiar al hombre, mi semejante. Un mono. Ojo por ojo, diente por diente. Ahora será entre nosotros dos. A puñetazos, a cuchilladas. Sin piedad, salto encima de mi antagonista. Le doy un golpe terrible. La cabeza está casi separada. He sido más listo y más rápido que él. Más directo. He dado primero. Tengo sentido de la realidad, yo, poeta. He actuado. He matado. Como el que desea vivir.

Hombre intelectualmente inquieto, escribió poesía, novelas, fue corresponsal de guerra, experimentó con collages, se interesó por el cine, colaboró con algunos directores, llegó él mismo a dirigir e incluso actuar de figurante. Se interesó por la literatura africana, viajó a Brasil, Estados Unidos... En 1949, después de casarse con Raymone, el amor de toda su vida, escribe:
Deseaba decir a los jóvenes de hoy que les engañan, que la vida no es un dilema y que entre las dos ideologías opuestas entre las que se les fuerza a optar, está la vida, la vida, con sus turbadoras y milagrosas contradicciones, la vida y sus ilimitadas posibilidades, sus absurdos mucho más capaces de alegrarnos que las idioteces y simplezas de la "política", y que por lo que tienen que optar es por la vida, a pesar de la atracción del suicidio, individual o colectivo, y de su fulminante lógica científica. No hay más posible elección. ¡ Vivir !
Miro su fotografía, su cara de rudo campesino, sus manos grandes, su mirada desafiante, la sencilla indumentaria del que nunca lleva demasiado equipaje y por un instante quiero creer sus palabras. Quiero creer que la vida no es un dilema sino algo sencillo, algo así como un viaje lleno de posibilidades. Quiero creer que Incluso a través de la solitaria estepa siberiana pueden aparecer amaneceres de insospechada y turbadora belleza.