viernes, 26 de febrero de 2010
lunes, 22 de febrero de 2010
I'M NOT THERE
¿Cuántos Dylan son posibles? ¿Cuántas personas habremos sido a lo largo de nuestra vida sin dejar de ser nosotros mismos? CLIC
Todd Haynes, el director de Im not There, ha sabido no sólo dar respuesta artística a estas preguntas sino hacerlo de un modo brillante que emociona más allá del contenido de la cinta.
Porque al final, la película es más, mucho más que un biopic al uso, es la historia de América en los últimos decenios, la historia que la música tradicional, la historia de la cultura que, nos guste o no, hemos mamado desde la cuna, la historia de una vida llena de preguntas, contradicciones, caos y respuestas no siempre acertadas.
Y la forma de acercarse a ese caos ha sido, a mi parecer, la única posible, haciendo una absoluta e incuestionable Obra de Arte. Porque no sé de qué otra manera se puede considerar lo que el director ha hecho tanto narrativa como visualmente.
La historia prescinde de la linealidad, diría más, el tiempo en el que nos mueve es un continuo movido por el pulso de lo que se quiere contar en cada momento, no por la tiranía del transcurrir cronológico. Prescinde incluso de la unidad personal, desdoblando o sumando personajes, en uno de los enfoques más acertados de los últimos tiempos a la hora de plasmar la complejidad del ser humano. Prescinde de la lógica que le impediría meter a Woody Guthrie en el cuerpo de un niño negro, a Arthur Rimbaud en el alma poética de Dylan o encontrarse a Billy el niño como superviviente de Pat Garret (No creas todo lo que dicen los periódicos). Prescinde, en fin, de la unidad cromática al servicio de la necesidad expresiva del momento. Y prescindir de tantas cosas es, a mi entender, la única forma de ser libre, rabiosamente libre para decir lo que uno quiere y cómo quiere decirlo.
Cada una de las historias, de los personajes que se cruzan ante nuestros ojos en las más de dos horas de gozoso metraje, representan un aspecto de la vida de Dylan, un momento mental, una edad, una reflexión sobre el mundo o la música.
El pequeño fugitivo de 11 años (Marcus C. Franklin), un niño negro que dice llamarse Woody y que habla con inusual madurez. Un joven poeta (Ben Whishaw) que fuma compulsivamente disparando hacia la cámara su mirada y sus versos. Un actor mujeriego e inconstante (Heath Ledger) incapaz de mantener el amor de su vida. Un ídolo de la canción protesta (Christian Bale) que deberá soportar el desprecio de sus fans cuando decida buscar su camino en la religión. Una estrella del rock (¡fantástica Cate Blanchett!) impertinente y más que de vuelta de todo, perdida en el mundo que se ha ido levantando a su alrededor. Y finalmente Bill (Richard Gere), un famoso fugitivo de la justicia envejeciendo con la misma incertidumbre sobre la vida que lo trajo hasta el perdido pueblo de Acertijo. Ayer, hoy y mañana viajando juntos en el mismo vagón de tren.
Si añadimos a todo esto el pequeño detalle de las canciones de Bob Dylan recorriendo la espina vertebral del relato, comprenderéis que el resultado no sólo será contundente e inigualable sino obscenamente placentero.
viernes, 19 de febrero de 2010
DE MOTOS Y LAMETAZOS
Dice Sir John More que yo me acerco a los textos más con la imaginación traidora que con la razón traductora. Algo que es absolutamente cierto.
Así que aunque sólo sea por el cúmulo de correos que nos hemos cruzado en tan lindo y simpar combate, creo que merecerá la pena descubrir la primicia mundial de la traducción/traición a la maravillosa historia de amor entre Pronto Soccorso y Beauty Case, dos adolescentes de nombre imposible dentro de una disparatada y encantadora narración de Stefano Benni.
Podéis hacer CLIC o ir directamente a mi otro blog.
¡Ah! y dejad algún comentario, que eso da mucho ánimo.
BUEN FIN DE SEMANA
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Sugerencias del chef
martes, 16 de febrero de 2010
REPÚBLICA CHECA
Durante el viaje que me llevaba a Kladno, mi siguiente destino en la República Checa, fue imposible que dejase de ver aquellos bosques de abedules, blancos, infinitos, sin una imagen preconcebida literaria o cinematográfica. La desolada frontera checa, con aquellas imponentes cabinas verde militar, semienterradas en el blanco gélido me hicieron sentir como una espía a punto de ser desenmascarada por la implacable guardia fronteriza. Aunque allí sólo había un bar muy cutre donde anunciaban pivo (cerveza) como primera lección del nuevo idioma que se avecinaba.
Y un leve estremecimiento, también, el pequeño aguijón de la Historia cruzándose en trenes, hoy rápidos y compactos, ayer imbatibles y tétricos camino de la muerte más desnuda.
En esta preciosa hondonada, amplia y dulce, hubo en otro tiempo un lugar llamado Lídice, ejemplo y metáfora de tantas otras barbaries cometidas por el hombre. Pero en ésta estuve yo y puedo contarla.
En mayo de 1942, varios militares de la resistencia checa, lanzados en paracaídas con el apoyo británico, asesinaron a Reinhard Heydrich, miembro de las SS y estrecho colaborador de Hitler por aquel entonces. Refugiados en Lídice, decidieron suicidarse antes de caer en manos de sus enemigos. La reacción de führer no se hizo esperar y en lo que hoy es el Memorial de aquel suceso puede leerse la prosa inexpresiva y terrible de sus órdenes: hombres, asesinados; mujeres, deportadas a campos de concentración para su exterminio; niños, los susceptibles de ser reeducados, a centros de las SS, el resto, asesinados; la aldea, aniquilada.
En Kladno apenas encontré el encanto tierno y abosolutamente subjetivo que despiertan en mí los lugares del antiguo bloque del este. Estuve en la URSS hace mucho tiempo (muchísimo, en realidad), cuando todavía era una URSS famélica de capitalismo. Y aunque nada de eso vi en Chequia, sí que reconocí cierta sobriedad estética sobreviviendo entre los omnipresentes anuncios publicitarios, al lado de los nuevos y coloristas centros comerciales. Grandes avenidas de bloques infinitamente iguales, un diminuto centro peatonal, una iglesia pelada en medio de una plaza...
Praga sólo fue una promesa. Una ciudad hermosa y triste bajo la nieve, recorrida bajo una oleada glacial, imaginada, soñada en otro tiempo y con sosiego. En unas horas apenas pude saborear el aroma de sus calles empedradas, los escaparates llenos de marionetas con ojos hipnóticos o la tentadora calidez de sus cafés. El castillo, la catedral, el puente Charles, la plaza del Orloj (reloj) se llevaron mis pasos, mientras que mis ojos se perdían en los recodos del barrio judío, en las orillas del río, entre las tiendecitas encaramadas en sus cuestas...
Y así dejé la ciudad, buscando a Gregorio Samsa entre la muchedumbre para decirle que me encantará Praga, la próxima vez.
Los checos que conocí fueron alegres y humildes, gente que farfulla en una lengua de cálida fonética, palabras de eterna amistad con una jarra de pivo en la mano. Igual que nosotros.
El día de mi marcha caía una nieve suave y algo parecido a un pájaro emitía un ahogado trino, algunos coches cruzaban como cucarachas en la lejana autopista. Poco a poco un tenue resplandor rojizo intentó en vano colorear el paisaje.
Ese fue mi último amanecer en tierra extraña.
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Viajes
domingo, 14 de febrero de 2010
MIGUEL
MIGUEL HERNÁNDEZ
(Orhihuela, 30 de octubre de 1910- Alicante, 28 de marzo de 1942)
¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperantes fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?
¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?
Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.
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Poesía
viernes, 12 de febrero de 2010
miércoles, 10 de febrero de 2010
ALEMANIA
¿Había luz o fue la ausencia de luz lo que llamó mi atención?
El paisaje nevado, extraño y hermoso, acabó por despertar en mí una vaga e imprecisa desazón. La nieve esponjosa y dulce crecía cada noche en las aceras y los campos, con una perseverancia monótona y esa quietud blanca, lejos de apaciguar mi ánimo, acabó por ahogarme en su pureza, por igualar todos los lugares ante mis ojos y anestesiar los sentidos. Lugares de los que emergían tejados picudos, fachadas con travesaños de madera, frases de la biblia decorando los dinteles, desnudas ventanas luteranas, pétreos castillos ducales dignos del mismísimo conde Drácula.
Las calles, desiertas a cualquier hora del día. Algunas veces, al aventurarme entre la ventisca, tuve la sensación de estar paseando por el decorado de un cuento de los hermanos Grimm, pero justo en el día de descanso de los personajes.
El cielo era una plancha gris sin ningún tipo de resquicio, inexpresiva, vacía. Resultaba imposible saber, con sólo mirar a la calle, si era por la mañana o por la tarde. Ningún matiz, ninguna pista.
El paisaje nevado, extraño y hermoso, acabó por despertar en mí una vaga e imprecisa desazón. La nieve esponjosa y dulce crecía cada noche en las aceras y los campos, con una perseverancia monótona y esa quietud blanca, lejos de apaciguar mi ánimo, acabó por ahogarme en su pureza, por igualar todos los lugares ante mis ojos y anestesiar los sentidos. Lugares de los que emergían tejados picudos, fachadas con travesaños de madera, frases de la biblia decorando los dinteles, desnudas ventanas luteranas, pétreos castillos ducales dignos del mismísimo conde Drácula.
Las calles, desiertas a cualquier hora del día. Algunas veces, al aventurarme entre la ventisca, tuve la sensación de estar paseando por el decorado de un cuento de los hermanos Grimm, pero justo en el día de descanso de los personajes.
El pequeño pueblo de Laubach fue el primer destinatario de mis pasos en esta alta y encomiable misión europea que sufragó con generosidad papá Comenius.
Lo bueno y lo malo de Laubach seguramente sea lo mismo: nunca hubiese venido por voluntad propia. Aunque diré en su descargo que también contaba con un restaurante griego, otro turco y un pub (El Búho), las únicas islas que podías encontrar abiertas después de las ocho de la tarde. Lugar este último, oscuro y acogedor, donde naufragar en esas inmensas jarras de cerveza saboreando una salchicha con sauerkraut (chucrut).
Los alemanes, educados y correctos, inclinaban su cabeza cada mañana mientras limpiaban a paladas la nieve de sus puertas o sonreían con beatitud ante el desconcierto del extranjero frente a la impenetrabilidad de su idioma. Tres días de trabajo, entre glaciales caminos y un encantador hotelito que me acogía cada noche con la calidez de su floreado edredón y el olor a bollos recién hechos
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Viajes
lunes, 8 de febrero de 2010
BAJO CERO
Ya he regresado desde lo más crudo del crudo invierno.
Mientras deshago las maletas, me empolvo la nariz y compruebo todo lo malos y malas que habéis sido en mi ausencia, podéis adivinar el nombre de, por lo menos, una ciudad centroeuropea en la que he estado. Un maravilloso imán transportado amorosamente en valija diplomática desde esa inolvidable ciudad está esperando al ganador. Os lo he puesto facilito, facilito.
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