Hai alguns anos estiven por un tempo no hospital. E nese pelegrinaxe de bombons, frores e libros, alguén deixou enriba da miña cama a autobiografía de Michael Caine, titulada "Mi vida y yo". Polas súas páxinas saín daquel hospital coa esperanza de non volver nunca.
Michael Caine botoume o brazo polo ombreiro e levoume polo Londres máxico dos anos 60, convidoume a unas pintas de cervexa co seu amigo Terence Stamp, obligoume a perseguir a unha modelo que anunciaba champú para casarse con ela.
O señor Caine desvela os miudos de tantas rodaxes maravillosas: "El hombre que pudo reinar", "La huella", "The italian Job", "Alfie"...
Conta con extrema humildade e acento cockney os seus primeiros pasos en Hollywood, o nerviosismo de verse coas grandes estrelas, de traballar con Woody Allen ou John Houston.
Cun estilo directo e desenfadado este é un libro para devorar a grandes mordiscos, como unha tenra e xugosa mazá:
"Inicié mi carrera de actor a la edad de tres años. Éramos una familia muy pobre y a mi madre se le ocurrió la idea de que la ayudase con sus muchas facturas pendientes. Ella escribió el guión y dirigía la acción. El aviso para que comenzase mi actuación me lo daba un timbrazo en la puerta de la calle. Agarrándome de la manita, mi madre bajaba corriendo los tres tramos de la escalera desde nuestro pequeño apartamento y se ocultaba detrás de la puerta mientras yo abría. El desprevenido tercer componente del reparto -el cobrador del alquiler- aparecía en el quicio y yo recitaba mi primera línea de texto.
-Mamá no está -decía, y le daba con la puerta en las narices.
Yo era un niño angustiosamente tímido y al principio estaba aterrorizado, pero me fui acostumbrando al papel y con el tiempo llegué a representarlo ante acreedores de más categoría. Un día, incluso, ante el vicario local, que estaba haciendo una colecta para reparar el chapitel de la iglesia. Como mi madre era anglicana y mi padre católico romano, no pudieron casarse en ninguna de las dos iglesias, por lo cual nada tenían que agradecer a una ni a otra (...).
Un día le pregunté a mi padre por qué yo era protestante y no católico como él, y su honesta y práctica respuesta fue:
-La iglesia protestante estaba justo a la vuelta de la esquina, mientras que a la católica había que ir en autobús y no teníamos dinero para el viaje.
Con tan contundente material se ha forjado el destino de uno".