sábado, 31 de agosto de 2013

SEPTEMBER


- ¿Bailas?
- Soy un patoso
- Eres científico, estudias el universo... podrás entender un foxtrot.
Woody Allen

    

lunes, 26 de agosto de 2013

APUNTES SICILIANOS (1)



STROMBOLI
Hay lugares que poseen la sonoridad de los sueños. Poco importa que el despertar de ese sueño no responda siempre a las expectativas que año tras año hemos ido alimentando con tozuda premeditación: Cefalú, Palermo, Stromboli…Ninguna realidad puede estropearnos el placer de seguir pronunciando las sílabas de lo desconocido.
Stromboli suena a lugar remotísimo y olvidado, a trueno, a rugir marino, a ira de la tierra. Pero también es una bellísima Ingrid Bergman huyendo a través de un laberinto de casas blancas y desoladas. He vuelto a ver la película a mi regreso de Sicilia y sólo recordaba una escena en la que, remangada su falda hasta el muslo, se mete en el agua siguiendo a unos niños. Es tal vez la única escena en que se la ve feliz. Si en 1950 Stromboli podía ser la metáfora de la Italia de posguerra o incluso la de la propia existencia perdida -como la Bergman- en las cumbres de un volcán implacable, me pregunto si puede la Stromboli de hoy ser metáfora de algo.










La mini crociera anunciaba una giornata indimenticabile en las islas Eolias con escala en Panarea, Stromboli by night y maccheronata incluída . Salimos al mediodía del puerto de Milazzo el mismísimo día de ferragosto contraviniendo casi todos los preceptos de la italianità que define ese día más como un estado mental que como una fecha. Ferragosto, es decir, chiuso per ferie, encefalograma plano, suspensión de toda actividad humana y divina.
Pero el diablo nunca duerme y el puerto de Milazzo era un hervidero de mochilas, neveras, ombrelloni, pamelas, balones y pareos multicolores. El calor aprieta en cubierta, no hay una sola nube en el cielo. El mar, estremecedoramente azul, se mece con suavidad y al zarpar un remolino de aire cálido se instala zumbando en los oídos.





Llegamos a Stromboli al atardecer, después de una olvidable escala en Panarea. Durante el trayecto, el barco se ha ido acercando a pequeños islotes de lava solidificada con formas caprichosas, embarcaciones de recreo fondean en sus calas inaccesibles. Navegamos al lado del volcán en la vertiente desgastada por donde desciende la lava hasta el agua. Un humo blanquecino envuelve la cumbre.
Toda la isla es negra, desde la playa de redondeados guijarros hasta los caminos de tierra que se internan entre las chumberas. Los escasos nativos, los veraneantes, el tiempo… han dulcificado el inhóspito paisaje. Fachadas encaladas salpicadas de flores, silenciosos patios donde recogerse del calor, pequeños hotelitos limpios como promesas han acabado por conquistar el territorio al abandono. 







Anochece ya y el barco nos engulle como una ballena en cuyo interior humean gigantescas cacerolas de macarrones. Tal vez la vida sea escasa a propósito, como decía Biedma, y aquí en lugares como Stromboli es donde esa escasez resulta más insoportable. El tramonto, casi imperceptible, ha ido coloreando el cielo de un azul más y más profundo. El barco está varado delante del volcán, algunas barquitas se acercan también con las luces encendidas. Somos todos tan pequeños, tan frágiles. No se oye nada en cubierta, sólo el chapoteo del agua contra el casco y alguna que otra exclamación de júbilo cuando el cráter explosiona y una masa rojiza se desliza por la ladera con extrema lentitud.
A pesar de que el aire ha enfriado quiero quedarme en cubierta en el viaje de regreso. Quiero ver si es Stromboli la que se aleja desapareciendo en la noche o soy yo la que se marcha con la escasez de la vida sobre los hombros.