7 de abril, 1950
Caitlin. Escribir, así, sencillamente, tu nombre: Caitlin. No es necesario que diga Mi amor, Cariño, Corazón mío, a pesar de que no pare de decirte esas palabras en silencio dentro de mí, día y noche. Caitlin. Todas las palabras están contenidas en esa palabra, Caitlin, Caitlin, puedo ver tus ojos azules y tu pelo dorado y tu lenta sonrisa y tu voz en la distancia. Tu voz en la distancia está ahora susurrando en mi oído las palabras que escribiste en tu última carta. Gracias, amor mío, por el amor que decías que me enviabas. Te quiero. Nunca olvides eso, no olvides ni un instante a lo largo del lento y triste día de Laugharne, nunca lo olvides en tus trances laberínticos, en tu vientre, en tus huesos, en nuestra cama cuando te tumbes en ella por la noche. Te quiero. He llevado tu amor dentro de mí por todo este continente, ha viajado conmigo en el aire, en avión, ha estado en todas las habitaciones de hotel en las que he acabado abriendo mi maleta -medio llena, como siempre, de camisas sucias-, ha reposado en mi mente y no me ha dejado dormir hasta el amanecer porque podía escuchar el latido de tu corazón junto al mío, tu voz diciendo mi nombre resonaba por encima del sonido del tráfico, bajo las luces de neón, en el centro de mi soledad, mi amor.
(...)
Te quiero. Trata de imaginarnos bajo el sol de San Francisco, cosa que ocurrirá pronto. Te quiero. Te deseo. Oh, cariño, ¿cómo es que no te lo gritaba constantemente cuando estabas a mi lado? Te quiero. Piensa en mí.
Tu Dylan
Adjunto cheque de quince libras.
Te escribiré desde Hollywood dentro de tres días.
Y te mandaré más dinero.
Te quiero
Cartas de amor. Dylan Thomas. Ed. Siberia