La baronesa, que pesa como una pluma y es tan frágil como un puñado de conchas, recibe a sus visitantes en un salón amplio y resplandeciente, salpicado de perros dormidos y calentado por una chimenea y una estufa de porcelana; en el salón, como creación imponente surgida de uno de sus propios cuentos góticos, está sentada ella, cubierta de peludas pieles de lobo y tweeds británicos, con botas de piel, medias de lana en sus piernas, delgadas como los muslos de un hortelano, y frágiles bufandas color lila rodeando su redondo cuello, que un anillo sería capaz de abarcar. El tiempo ha refinado a esta leyenda que ha vivido las aventuras de un hombre con nervios de acero: ha matado leones que embestían y búfalos enfurecidos, ha trabajado en una granja africana, ha sobrevolado el Kilimanjaro en los primeros aviones, ha curado a los masai. El tiempo la ha reducido a una esencia, igual que una uva se convierte en pasa o una rosa en perfume (...).
Su aceptación de la edad y sus consecuencias no es estoicamente definitiva. Se entrometen notas de sana esperanza: "Quiero terminar un libro, quiero ver la frutas del verano próximo, volver a Roma (...) "¿Por qué soy tan débil?" pregunta, tirando de sus bufandas lila con su mano morena y huesuda, y la pregunta, acompañada por las campanadas del reloj de la repisa de la chimenea, invita al huésped a que se retire para que la baronesa pueda dormitar en un diván junto al fuego.
Cuando el visitante se va, es posible que le den un ejemplar de su libro favorito, el hermoso Lejos de África. Un recuerdo que lleva la dedicatoria "Je repondrai, Karen Blixen".
- Je repondrai -explica, de pie en la puerta, mientras, como despedida, ofrece la mejilla para que se la besen-, yo responderé, un hermoso lema. Lo tomé prestado de la familia Finch-Hatton. Me gusta porque creo que todos tenemos una respuesta en nosotros.
Su respuesta ha sido sí a la vida, una afirmación de la que se hace eco su arte con un eco que despertará nuevos ecos.
Truman Capote