La procesiones de ahora ya no son como las de antes.
Para los que, como yo, se vieron sorprendidos en una tarde calurosa de junio por semejante espectáculo, sería un aliciente esperable -al igual que las aceitunas con la caña- que lo que mostrasen fuese exactamente eso, un espectáculo: penitentes ensangrentados, miembros lacerados, oscuras ojeras de ayuno, ojos en blanco de puro éxtasis místico, siniestras figuras berroqueñas...vamos, algo en el más puro estilo tarantino que animase la tarde.
Pero las demostraciones de la fe han acabado por contagiarse de este mundo light en el que vivimos. Religiosidad bambi es la que tenemos.
Porque, a ver, ¿qué es eso de ir descalzas (ellas) detrás del santo en una soleada tarde de verano? ¿No se trata de sufrir? Pues con el taconazo de diez centímetros todo el recorrido y a poder ser de plástico, que suden bien los pies y se hagan ampollas de placer catecuménico.
¿Por qué recubren de papel albal la velita? Además de constituir una increíble falta de estilo, lo suyo es que chorree la cera hirviendo por el brazo del procesionante, digo yo, y que nos deleite con su piadoso aullido gregoriano.
¿Y qué es eso de ir con camiseta de tirantes (ellos)? ¡Si Torquemada levantara la cabeza! Tapados hasta la nuez, manga larga y a sentir el peso del espíritu santo en forma de 30 grados centígrados resbalando por el bigotillo.
En fin, una tremenda decepción. Y para colmo de males, esta contribuyente vapuleada por la injusticia tuvo que ver, de nuevo, cómo las pantallitas gigantes sufragadas con sus impuestos municipales, llenaban de casullas, cirios, inciensos y políticos reblandecidos, su atribulado caminar por la ciudad. Cómo altavoces, colocados con alevosa inquina, taladraban y herían la paz de la tarde con una voz gangosa y siniestra.
Si en vez de ese Santísimo Sacramento (¡ay! qué repelús) fuese el Cachorro, si en vez de ir hacia la Colegiata cruzasen el Puente de Triana, si en vez de a rosquillas rancias oliese a azahares... sería la misma porquería, lo sé... pero por lo menos habría algo con lo que calmar el ánimo. Como dijo un sabio filósofo del Barrio Chino: En este mundo podrido y sin ética, a las personas sensibles, sólo nos queda la estética.