miércoles, 26 de octubre de 2011

¿SE PUEDE AMAR A LA LLUVIA? (1)

Los temporales tienen algo de literario sturm und drang. La naturaleza se enfurece, enseña sus colmillos de fiera incontrolable. Los árboles convulsos golpean la ventana, el viento desgarra los paisajes otoñales, el mar abre sus fauces hambrientas, el cielo profetiza catástrofes entre destellos salvajes y el agua azota e inunda nuestras vidas. Sobrecogen, intimidan, asustan y ejercen a la vez una atracción hacia el abismo, hacia la destrucción.
Una se queda temblando, con el cuerpo malherido por la lluvia que golpea con saña, que hiere. Sólo al día siguiente nos atrevemos a salir a evaluar los daños, a reconstruir el mundo con resignación, con manos temblorosas y olvidadizas. Y en la resaca de la calma creemos encontrar una nueva oportunidad para la vida.
Me gustan los temporales porque me alejan de la indiferencia.

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