viernes, 26 de agosto de 2011

FERRARA 3


Cada día que pasa, Ferrara se va afianzando en su elegancia y sigilo. Sorprende esa especie de melancolía activa con que se abre en cada esquina, en cada curva del camino. Tal vez sean las bicicletas, ese ritmo hipnótico y lento que imprimen a la vida y que acaba por depositarte en una medida del tiempo totalmente diferente.
La ciudad se deja abrazar por una muralla impresionante, un camino de tierra blanca serpentea en medio de la hierba que rodea los muros, se acerca o se aleja a los bastiones como si los acariciase imperceptiblemente. En algunos momentos, cuando el camino se estrecha, entre laureles e higueras, es necesario agachar la cabeza para no rozar tanta frondosidad. Los olores de la fruta machacada en el suelo, de plantas aromáticas, te van envolviendo con la agradecida brisa de la tarde.
Pero Ferrara se retuerce también en callejuelas estrechas y umbrosas. El burgo medieval, jalonado de pasadizos elevados que comunicaban antiguamente las casas de los comerciantes con los almacenes o el viejo gueto judío, donde crepitan cacerolas olorosas en el fondo de las osterias. Lugares perfectos para dejar que la tarde se extienda a tus pies mientras el prosecco helado hace el resto.
Poco a poco, las tarde calurosa se va desgranando entre sombras y luces cálidas. Arrastrando los pies, con el agotamiento y la inercia del final del día, voy llegando hasta la piazza del Comune. El gentío se arracima en las terrazas, hombres y mujeres pasean su elegancia perfumada antes de la cena o charlan desde la bicicleta con el pie apoyado en la acera. Las trattorias emiten efluvios maléficos y tentadores, unos abanderados ensayan vuelos imposibles en una esquina poco transitada, Savonarola eleva su torva mirada hacia lo oscuro y la luna me vigila, me cuida, me acaricia, sobre la impenetrable fachada del Duomo.

1 comentario:

sailor dijo...

Lula, non se pode escribir mellor.